El día empieza a las 8.15 horas de la mañana para los ingresados en los centros de internamiento de menores infractores de Córdoba y acaba a las diez o a lo sumo diez y media en la cama. Las normas hay que cumplirlas y no solo por un criterio de orden, sino como tratamiento educativo para regularizar sus vidas, explicó ayer un educador del CIMI Sierra Morena.

Tienen que arreglar y limpiar sus cuartos, estudiar, participar en los talleres y en las actividades extras que les propongan en el centro. Además, todo el día sin móvil. Sin embargo, cuando salen del centro hacia la libertad «muchos nos dicen que tienen un sentimiento enorme en el pecho y entonces nos damos cuenta de que hemos dado en la tecla», explicó la educadora Ana Bautista.

La edad de los jóvenes internos oscila entre los 14 y los 23 años, aunque la mayoría ronda los 16, y la media de tiempo que suelen estar en el centro suele ser de un año.

Javi lleva ya unos cuantos meses en el centro Sierra Morena y está francamente satisfecho de haber participado en un trabajo de investigación sobre los patios de Córdoba y de haber realizado una exposición sobre el tema en el taller de artes gráficas. Es de Los Pedroches y lo tiene muy claro: «Lo que más me gusta es la cocina. Me gustaría dedicarme en el futuro a algo que tuviera que ver con cocinar».

A Dori también le gustó salir y ver los patios y el barrio de la Judería, especialmente las callejuelas, y ahora está más que ilusionada con la puesta en marcha de la mini empresa de costura, porque «a mí lo que más me gusta son las manualidades, la costura».

En el centro viven también tres bebés, cuyas madres «tienen que responsabilizarse de su cuidado», afirmó el subdirector del centro, Javier Borque, quien explicó que existe un programa específico educativo para madres con hijos y salas donde atender y estar con los pequeños. En su opinión, el trabajo educativo con las familias es imprescindible para que cuando los jóvenes salgan en libertad sepan mantener lo aprendido en el centro.