Inmaculada lleva casi dos años viviendo de okupa en el piso cuya hipoteca que pagó durante una década aproximadamente. Hasta que no pudo seguir haciéndolo y firmó una dación en pago con el banco. «Eso fue en el 2015. Cuando la cuota se me puso muy alta ya no pude seguir pagando, primero me concedieron un periodo de carencia, pero después tenía que volver a pagar los 700 euros al mes y yo no tenía, así que en el banco me dieron dos meses para desalojar y me fui». Cuando se produjo el desahucio, Isabel se fue a un piso de alquiler de algo más de 400 euros, con «muchísimas estrecheces» porque solo cobraba la ayuda familiar. «Yo tengo contrato de limpiadora seis meses al año», explica, luego pidió la ayuda de alquiler a Vimcorsa. Al cabo de un año de alquiler, en un inmueble situado a muy poca distancia del anterior, la dueña del piso que alquilaba falleció y sus hijos le dijeron que se tenía que ir porque su intención era poner a la venta el inmueble. «Mi piso seguía vacío, así que me entré», confiesa sincera, «yo no tenía dinero ni para hacer una mudanza así que traje los muebles como pude y me convertí en okupa del que era mi piso». Una vez dado este paso, acudió al Banco Santander, con quien consiguió negociar un alquiler social para tres años. La cuota actual es de 127 euros. El resto de facturas, que siguen estando a su nombre, están al corriente.

«Mis vecinos se alegraron de que volviera porque hay de todo», explica, «y yo pienso que, si me echan a mí y luego me entero de que unos okupas han entrado en el piso, imagínate, eso sí que sería injusto. Si un piso está vacío normalmente es porque hay otra familia que se ha tenido que ir de ahí porque la han echado, como me pasó a mí». Vive con su hija y asegura que decidió ocupar su antiguo piso «porque tengo una hija y no podía pagarme un alquiler normal, pero, sobre todo, porque era mi vivienda anterior, yo no habría sido capaz de meterme en otro sitio».