Yolanda tiene dos hijos, un niño de cinco años y una niña de dos y lleva en el paro, practicamente desde que fue madre por primera vez. «Trabajé en gimnasios desde los 18 años, como monitora, aunque primero sin dar de alta y luego solo por horas, así que de 20 años trabajados me consta uno y seis meses», explica. Durante mucho tiempo, su marido y ella fueron retrasando el momento de ser padres, a la espera de que la situación laboral de ambos mejorara. Ella retomó sus estudios con 32 años y cuando acabó Magisterio, decidió dar el paso. «Tuve a mi hijo y aprobé unas oposiciones, pero en ese momento la bolsa no se movía y no me sirvió de nada», recuerda, «eso fue un palo muy grande después de muchas horas de sacrificio y de no poder estar con mi niño». Mientras esperaba que la llamaran, Yolanda decidió ampliar su formación y se puso a estudiar Psicopedagogía, otro título con el que pensaba que obtendría más puntos y que de momento no le ha servido para trabajar. A los tres años, con 40 ya, tuvo a su hija.

Su marido no ha tenido mejor suerte y ha encadenado trabajos en los que tampoco le han hecho fijo, por lo que la economía de la familia es muy precaria. «Hemos salido adelante gracias a nuestros padres y a los amigos porque un hijo supone un impacto económico muy grande». A diferencia de las mujeres trabajadoras, que reciben cuatro meses de prestación cuando son madres, a cargo del Estado, las que están en paro no reciben ninguna ayuda. «Si estás parada, no tienes derecho a baja remunerada ni tampoco a la ayuda de cien euros al mes, también para madres trabajadoras», explica. A eso se une la dificultad añadida para buscar empleo. «Con dos niños pequeños, estoy muy limitada, busco trabajo por internet, y si tuviera trabajo tendría que tener lo suficiente para tener una persona cada vez que mi hija se pone mala, una cosa muy habitual en edad de guardería», comenta.

Para Yolanda, los gastos básicos de un bebé son muy elevados, «yo no pude dar pecho y la leche preparada cuesta muy cara, igual que la ropa, los pañales y el material escolar». Tener un hijo en estas condiciones es casi un acto heroico al que las familias se enfrentan como pueden. «Hasta ahora, mis amigas me han dado mucha ropa, tengo una hipoteca bajita y no nos permitimos ningún capricho, los niños son lo primero».