Tiene nueve años y se ha levantado nerviosa, impaciente por volver al colegio. Se viste rápido y pide a su madre que le haga bien las trenzas, pero sobre todo, rápido. No quiere llegar tarde. Este año pasa a cuarto de Primaria, pero no se mueve de clase. Su colegio, el Pedagogo García Navarro, situado en el barrio de Las Palmeras, apenas tiene 50 alumnos en total y está compuesto por aulas mixtas donde los profesores imparten clases a niños y niñas de cursos diferentes. Su padre, Antonio García Cortés, dejó el colegio al llegar a 6º para ayudar a su padre, pero su afán es que sus hijos «lleguen a la meta que yo no pude alcanzar», explica, «mi Indara quiere ser maestra de niños chicos y mi Antonio, que tiene 13 y ya está en el instituto, policía, guardia civil, o vigilante de seguridad como yo, que ahora estoy sin trabajar por un accidente laboral que tuve en el 2006 y desde entonces estoy luchando por la incapacidad completa». Indara llega a clase puntual cada día. «Les digo que la puntualidad es muy importante porque en un trabajo llegas tarde un día, al segundo ya estás en la calle», indica su padre, empeñado en crear buenos hábitos en sus hijos. «Están en actividades de refuerzo para aprender lo que se les quede atrás en clase y para quitarlos de la calle donde no hay nada bueno, en el barrio el nivel es muy bajo y no quiero que se pierdan cosas porque estemos en exclusión». Antonio y su familia forman parte de la comunidad de aprendizaje del Pedagogo García Navarro, donde las expectativas del alumnado son muy limitadas. «La mayoría llega hasta sexto y ahí se queda», explica Francisco Povedano, director del colegio desde hace más de veinte años. Este curso, una vez más, el centro ha perdido una unidad infantil y con ella un maestro. La situación se reproduce en el Duque de Rivas, el otro colegio de Palmeras, donde también se ha perdido una unidad. «Lo bueno del profesorado de estos centros es la enorme implicación con el alumnado y con los padres, aunque se trabaja con niños que tienen muchas carencias», afirma. En el aula de Indara cuesta mantener la atención de los pequeños, entre los que se ve a alguno con chupete. «Son menores muy maduros por la situaciones que viven en el barrio y muy inmaduros en cuanto a habilidades sociales», explica el tutor, Luis, que cada día se enfrenta a situaciones como que alguno se quede dormido en el pupitre o pida un bocadillo porque viene de casa sin comer. El futuro de sus alumnos es muy incierto porque generalmente ni siquiera tienen cubiertas las necesidades básicas. Pese a todo, los maestros inician cada curso con ilusión renovada, aseguran, «el nuevo instituto de Miralbaida puede darles otras expectativas», cree Povedano, «estos niños también merecen tener esperanza por un futuro mejor».