Pedro Sánchez lleva preparándose desde el día en que llegó a la Moncloa para la decisión que anunciará mañana: el final de la legislatura y el adelanto de las elecciones generales en abril, el 14-A o el 28-A. Hay quinielas, pero en todo caso se descarta el superdomingo, coincidirán con el juicio del procés y alumbrarán un pentapartito en el que las izquierdas solas no suman y Ciudadanos puede acabar decidiendo si España vira a la ultraderecha o no.

El presidente tiene sobre la mesa informes periódicos en los que sus colaboradores más cercanos han ido analizando, mes a mes, la fecha más propicia para celebrar esos comicios. En navidades, el equipo presidencial asumió que difícilmente conseguirían el apoyo de los independentistas al Presupuesto, como finalmente se constató ayer en la votación del Congreso, y puso en marcha la maquinaria electoral para primavera, sin una fecha exacta.

Fue el domingo, tras el pinchazo en la manifestación convocada por PP, Ciudadanos y Vox, cuando Sánchez decidió ir a elecciones. No era un órdago para que los soberanistas rebajaran sus posiciones. Los independentistas reaccionaron el martes por la noche y hubo llamadas hasta la madrugada. La consejera Elsa Artadi ofreció al PSOE una redacción alternativa a la reclamación del referéndum minutos antes de la votación en el Congreso, informa Fidel Masreal. Pero la decisión del presidente estaba tomada.

Hasta mañana, cuando Sánchez comparezca tras el Consejo de Ministros para anunciar el día de las elecciones, puede elegir la fecha. Cuenta, en su círculo más próximo, con opiniones que se inclinan por el 14 de abril y con otras que abogan por el 28, pero ninguna es determinante. Así, la decisión es personal.

Fuentes gubernamentales aseguran a este diario que en la reunión del lunes en la Moncloa se abogó por el 14-A. Sin embargo, en cuanto la agencia Efe adelantó la fecha múltiples voces en el PSOE y el Gobierno -algunas ajenas a la decisión tomada por Sánchez el domingo- salieron a defender el 28-A. Alegan que ya habrán terminado para entonces las vacaciones de Semana Santa y que lo deseable es que sea cerca de las elecciones del 26 de mayo (municipales, autonómicas y europeas). De ser así, la convocatoria se haría el 4 de marzo y quedarían disueltas las Cortes con la publicación en el BOE del día siguiente.

Negociar tras el 26-M / Lo llamativo, en todo caso, es que los comicios llegan, como había planificado en otoño el equipo de Sánchez: tras el portazo de los independentistas a los Presupuestos, algo que permite responsabilizarles del naufragio de la legislatura, llamar a las urnas tras una ruptura clara y plantear una campaña fuertemente presidencial que ejerza influencia sobre el 26-M. Es más, llegar al resultado de las elecciones de mayo sin haber formado todavía gobierno para negociar con posibles aliados la gobernabilidad del Estado y las autonomías en la misma jugada. Tienen claro que, con la previsible caída de Podemos, deberán mirar a otros aliados.

¿Ciudadanos? El plantón a los independentistas ayuda. Y produce también perplejidad. ERC y PDECat se sorprenden de que Sánchez dé cerrojazo a la legislatura y el Gobierno no acaba de entender que los grupos catalanes siguieran en la «ensoñación» de creer que iban a acabar aceptando la fórmula del referéndum en la mesa de partidos por el miedo de ir a elecciones.

El gabinete del presidente afronta los comicios «esperanzado». Ultima una campaña que tendrá como eje el orden y por ello apelan a los ciudadanos que quieren una política «cabal» y «moderada». En sus análisis, el equipo presidencial, concluye que puede haber un resentimiento importante contra el independentismo, pero que, en general, no hay un miedo generalizado a la ruptura de la unidad nacional. «Nadie cree que España se vaya a romper de verdad», explican fuentes gubernamentales, «por eso pinchó la manifestación de Colón».

el peso de la foto / Sostienen que PP y Ciudadanos se equivocaron convocando la concentración del domingo pasado y dando carta de naturaleza a Vox. «Esa foto les va a perseguir toda la campaña», opina una fuente conocedora de los análisis. La Moncloa cree que los españoles están pidiendo orden, soluciones para Cataluña, incluido el diálogo, y que no quieren radicalismos, ni 155, ni sobresaltos con los independentistas, ni lenguaje grueso, sino normalidad. Es en ese marco en el que se moverá el eje discursivo de una campaña que llegará con el juicio del procés en marcha.

Confían en que el miedo a un tripartito de derechas active a su electorado. Aunque el PSOE ya empleó el recurso al temor a la derecha en el pasado, ahora creen que se enfrentan a algo distinto. «No es lo mismo que vuelva Aznar a que venga (Santiago) Abascal», argumentan.