Pedro Sánchez sigue haciendo historia. Ayer, cosechando en el Congreso 124 votos a favor, 67 abstenciones y 155 votos en contra, se convirtió en el primer aspirante a una investidura que fracasa dos veces. Sánchez tiene en su palmarés ser el primer líder que llegó al poder a través de una moción de censura. Estrenó también la lista de candidatos que reclamaron la confianza de la Cámara -fue en el 2016, sin éxito- pese a no ser el ganador de unas generales. Puede presumir desde ahora de haber sido pionero en intentar un Gobierno de coalición, aunque la experiencia piloto haya sido un fracaso y además, visto lo visto en el hemiciclo, haya saltado por los aires la relación con Unidas Podemos. En todo caso, no tira la toalla, avisó anoche, y plantea una nueva estrategia de negociación que amplía el foco a los principales partidos para intentar otra votación antes del 23 de septiembre, evitando elecciones.

Como ya adelantó este diario, Sánchez siempre tuvo en sus carpetas de trabajo un plan b por si la jugada presidencial no le salía en julio: triplicar la presión para que PP y Cs se sumen a la lista de grupos que ya se han abstenido y, en agosto o septiembre, tratar de desbloquear la situación con una abstención general que incluya a Podemos. Esto es, una abstención global de casi toda la Cámara cuyo objetivo oficial no sea hacer presidente a un socialista, según su tesis, sino evitar un adelanto electoral favoreciendo que gobierne la fuerza más votada el 28-A. Con este argumento el jefe del PSOE anuncia que convocará a reuniones a populares, naranjas y morados. Tanto Pablo Casado como Albert Rivera han advertido de que no están por un cambio de posición.

Sin embargo, el Sánchez que lleva dos negativas a su investidura a las espaldas no parece favorable a tender la mano solo a Iglesias. La negociación exclusiva se acabó. Y eso, a pesar de que un buen puñado de políticos -Gabriel Rufián, de ERC; Aitor Esteban del PNV; Joan Baldoví, de Compromís, y Alberto Garzón, de IU, entre otros- se ofrecen a mediar entre las dos fuerzas progresistas para retomar la vía de la coalición. Abogan de hecho por sentarse ya en agosto con este fin. A tenor de lo dicho por Sánchez anoche en Telecinco, habrá contactos inminentes, sí, pero a varias bandas y colocando a Podemos como un interlocutor más con el que se busquen acuerdos «sectoriales», mientras trata de convencer a PP y Cs de que desbloqueen.

LA «FRUSTRACIÓN» / Los planes de Sánchez, que afirma estar «frustrado» con los morados, no cuadran con lo que dice querer Iglesias. Éste último insiste en que mantiene su mano tendida para un Gobierno de coalición. Los socialistas son conscientes de que esa será la posición de partida, pero confían en que Podemos no se atreva a moverse de la abstención en la que ya se ha instalado en las últimas dos votaciones y que sean los populares y naranjas los que se unan al club de los abstencionistas. Eso siempre que el Rey constate que hay algún cambio y vuelva a pedirle a Sánchez que intente otra investidura.

De momento, a la izquierda le toca superar el shock y disminuir la tensión. Las últimas horas de negociación no han ayudado. Después de que el miércoles, a media tarde, Sánchez telefoneara a Iglesias para confirmarle que su oferta definitiva consistía en una vicepresidencia social y tres ministerios (Sanidad, Vivienda e Igualdad) y de que el líder morado continuara exigiendo áreas como Hacienda y Trabajo (una vicepresidencia y cinco ministerios en total), comenzó una difusión masiva de documentos de trabajo desde la Moncloa que incomodó al supuestamente llamado a ser «socio preferente».

Pedro Sánchez escucha las intervenciones ayer en el Congreso. DAVID CASTRO

Ayer, a horas de la investidura, la negociación amaneció en coma. Pero Podemos no renunció a hacer no una, sino dos piruetas en pro de la coalición: presentaron a media mañana una primera oferta de urgencia que bajaba la demanda de cinco a tres ministerios, siempre que fueran Trabajo, Ciencia y Sanidad. El PSOE dijo que no. Los morados anunciaron la abstención. Ya en pleno debate, Iglesias volvió a jugársela y ofreció quedarse con las políticas activas de empleo a cambio de no exigir Trabajo y puntualizó que la idea no era suya, sino de un «respetable» socialista.

El comentario tocó la entraña de la bancada del PSOE, que interpretó que se trataba de José Luis Rodríguez Zapatero y que, usando su figura, pretendía darles un bofetón retórico en toda regla. La voz de los que se sintieron ofendidos fue Adriana Lastra, que le dedicó una ristra de reproches al líder morado para luego espetarle que reclamaba competencias ya transferidas a las comunidades. Se produjo la votación, que dejó a Sánchez sin investidura. Al menos, de momento porque, repite, él no tira la toalla.