Quién lo iba a decir de Rajoy. El presidente sorprendió anoche por su contundencia al contrarrestar con la disolución del Parlamento catalán y la convocatoria de elecciones para el 21-D la declaración de independencia ilegal que pocas horas antes había aprobado la Cámara catalana. Poco tardó el Gobierno en poner en práctica el hasta ahora desconocido artículo 155 de la Constitución. La sesión del Senado por la mañana, dos reuniones consecutivas del Consejo de Ministros y cinco decretos enjugaron el alborozo independentista. Al cierre de esta edición no había reacción oficial de un Govern que no era tal. Había sido disuelto.

Antes, casi en la hora del café, España asistió a un golpe parlamentario con rostros cubiertos, como han actuado siempre los cuatreros y todo aquel que tiene algo que esconder. Así votaron ayer en la Cámara catalana los diputados secesionistas para poner en marcha mediante el método del voto secreto lo que ellos llaman «república catalana», una suerte de rebelión impulsada desde las élites del poder autonómico y que no solo nació sin recorrido jurídico sino que cargó de argumentos al Ejecutivo central para ejecutar el 155. Horas antes, los votos de los senadores del PP, PSOE y Ciudadanos habían concedido al Ejecutivo central la potestad de ejercer ese precepto constitucional para tomar el control de la autonomía catalana.

Situación anómala

Es decir, hoy en Cataluña concurren en teoría una república ilegal y la intervención del Estado, con convocatoria de elecciones incluida. En la práctica, todo está por ver todavía. El choque de trenes pasa al día a día. En paralelo, la Fiscalía General prepara ya querellas por rebelión que podrían alcanzar 30 años de cárcel y el Constitucional está llamado a anular buena parte de lo ocurrido ayer en el Parlament.

Después de otra jornada delirante en la que ya hubo pocas opciones de que el presidente catalán, Carles Puigdemont, tocara el freno, el país al completo vivió un capítulo más de lo que parece un telefilme de tercera, ora thriller ora comedia, y que en el fondo es un drama que corre riego de adquirir algún que otro tinte violento. Obviamente, no faltan elementos de ciencia ficción porque solo por ahí se puede llegar a explicar que la mitad de los diputados de una Cámara autonómica como la catalana se vieran legitimados ayer para declarar la independencia de Cataluña en base a lo que ellos califican como «mandato del pueblo obtenido el 1-O» y una ley, llamada de «transitoriedad», que es ilegal de todo punto, ya no solo por cómo se aprobó en las infames sesiones de los pasados 6 y 7 de septiembre, sino porque el Constitucional no le da ninguna legalidad, lo que a la larga equivale a decir que no la valida ninguna institución, tribunal o Gobierno del mundo civilizado y quizá tampoco ninguno interestelar.

El estallido del independence day catalán tuvo también muchos focos situados encima de otra sede parlamentaria, el Senado, donde se escribió un guion no exento de malas vibraciones, tantas que se antojan impropias las numerosas ovaciones mitineras que recibió por parte de los suyos el presidente Rajoy. El artículo 155 tiene el final por escribir, por lo que quizá sea algo arriesgado ponerlo en marcha con aplausos.

En el hemiciclo del Parlament, mientras, nadie aplaudió a Puigdemont porque este no tuvo a bien dirigirse a la cámara en una sesión supuestamente para la historia (lo hizo después, en los pasillos, entre selfi y selfi). Tras la intervención de los portavoces de todos los grupos, se pasó a la votación de las propuestas de resolución, todas ellas por el (transparente) método electrónico, hasta que llegó el turno de la más importante. Entonces Junts pel Sí solicitó que el voto fuera secreto y en un urna. Es decir, otro cambio de las reglas del juego sobre la marcha con la aquiescencia de la presidenta de la Cámara, Carme Forcadell. El nuevo sainete parlamentario catalán acabó con 70 votos a favor, 10 en contra y dos en blanco. Los otros 53 diputados (de C’s, PSC y PP) se ausentaron de la votación para no participar en la farsa. El sistema elegido parecía concebido para evitar acciones judiciales, más propio de una película de los hermanos Dalton que de un filme épico de esos en los que un líder tipo Espartaco o Leónidas lleva a los suyos al triunfo o a la épica. Tras conocerse el resultado se cantó Els Segadors y hubo abrazos y felicitaciones, pero lejos de la supuesta euforia que se presupone a un momento así cuando la ley está de tu parte. El propio Puigdemont tenía aspecto de haber llevado a Cataluña a la república por agotamiento y no por convencimiento.

De nada sirvieron los avisos de ilegalidad de los letrados de la Cámara, como ya ocurriera los pasados días 6 y 7 de septiembre, cuando se aprobaron las leyes del referéndum y de transitoriedad, esta última considerada por los secesionistas como una miniconstitución diseñada para marcar el paso a un supuesto nuevo régimen político. Pero en esto irrumpió Rajoy y, esta vez sí, sorprendió a todos.