Detrás de la cifra de 215 inmigrantes que llegaron ayer a Córdoba hay una dura historia. Pasean por los alrededores del pabellón de Vistalegre, lugar de refugio, desde donde partirán a un destino elegido por ellos mismos en las próximas horas. Luchan en su propia guerra interna por sobrevivir, junto a la que dejaron atrás en sus países de origen. No piden caridad, solamente buscan medios de contacto con los que comunicarse con un familiar o un conocido en España, a los que aferrarse a miles de kilómetros de sus lugares de procedencia. Cuando los miras y dialogas con ellos, sentencian en un claro español: “así es la vida amigo”. Daout, de 7 meses, es lo único que le queda a su madre, Cadilla, procedentes de Costa de Marfil, quien no quiere recordar cómo fue su viaje, “Lo agarré con el corazón”, es lo único que especifica. Cuando es preguntada por el padre del pequeño, se sincera. “Está en Marruecos, pero no queremos que venga”, después de reconocer el mal comportamiento con ella y el niño.

El calor comienza a hacer estragos en esta ciudad refugio, aunque mantienen sus sudaderas puestas para la sorpresa de los viandantes. Y es que la fría y cruel situación de sus países estremece a cualquiera. Huyen de las guerras civiles que acechan Camerún o Senegal entre anglófonos y francófonos. Uno de ellos es chapista y viene acompañado de su hermano y su primo. Temerosos por su porvenir, prefieren no hablar de cuánto pagaron por su trayecto, aunque algunos reconocen que pagaron en torno a 200 euros, cifra que convertida a su moneda y en su país, es una auténtica odisea conseguirla. Un chico camerunés afirma ser tatuador profesional, y sueña con reencontrarse en Sevilla con un amigo. Una chica de Malí se encuentra sola en Córdoba, “quiero ir a la escuela”, dice con una sonrisa. Un gesto tan complicado, y más cuando su familia fue asesinada al completo por el grupo terrorista Boko Haram.

Desconocen la situación política, económica y social en la que se encuentra sumergida España y Europa, aunque no anden mal encaminados. “Nos dicen que Europa es mejor que África”, se limitan a comentar. En Bangladesh dejó Emdi a su hijo, hace ya año y medio tras pasar por Libia y Marruecos. “Solamente miraba hacia arriba”, comenta tras afirmar que pensó que no llegarían a buen puerto, además de mostrar heridas en su cabeza de la policía marroquí. Atiende todas las solicitudes, para terminar pidiendo ayuda. Quién pudiera. Ante la impotencia de la situación, a ellos, por su saber estar, pese al calvario que sufren, “merci”.