Han pasado diez años y a Paqui aún se le pone un nudo en la garganta cuando recuerda lo que pasó. Todo ocurrió demasiado deprisa. El padre de su hijo menor, al que llevaba unida más de una década, sufrió un ictus a los 53 años. «Acababa de llegar del trabajo y me dijo que estaba mareado, pero como era un bromista pensé que se estaba quedando conmigo», recuerda, «pero empezó a fallarle el habla y me di cuenta de que pasaba algo, luego se aflojó y se sentó en el porche y mientras llamaba al 112 intenté por todos los medios que mantuviera los ojos abiertos». Paqui es auxiliar de Enfermería. Cuando llegó al hospital Reina Sofía, en coma profundo, los médicos decidieron operarlo in extremis para intentar deshacer el trombo y, aunque salió vivo, ya no despertó más. «A los cuatro días, le hicieron una prueba y confirmaron que no había actividad cerebral, solo quedaba desconectarlo». En ese trance, el coordinador de trasplantes fue a hablar con ella y le preguntó si él era donante de órganos. No lo era y nunca habían hablado de este tema. «Me plantearon que si, como familiar más cercana, estaría dispuesta a autorizar la donación», explica, «aún no había asimilado que él había muerto y de pronto tenía que decidir si quería que lo abrieran para que le sacaran los órganos, ese momento fue muy duro, ni siquiera podía meditarlo tranquilamente porque había que decir sí o no lo antes posible».

Paqui se reunió entonces con los hijos mayores de su pareja y todos estuvieron de acuerdo en decir que sí. «No hubo discusión, todos pensamos que a él le habría gustado mucho que otra persona hubiera vivido con lo suyo, no hubo dudas y eso me convenció también a mí de que era lo correcto», asegura sincera, «ha sido la decisión más difícil de mi vida, pero no me he arrepentido nunca y sé que volvería a decir lo mismo».

Según su testimonio, que espera que sirva para ayudar a concienciar a otras personas, «cuando te enfrentas a esa cuestión, donación ¿sí o no?, que es algo que en la mayoría de las muertes no ocurre porque no se dan las circunstancias, piensas que, si dices que sí le van a hacer daño a la persona a la que quieres tanto, de la que aún no te has despedido y cuya muerte ni siquiera te ha dado tiempo a asimilar, te dices que al fin y al cabo él no era donante, pero luego piensas que si dices que no tendrás que vivir toda la vida sabiendo que quizás había alguien que podía haberse salvado y tú le negaste esa posibilidad». La extracción de órganos se realizó en apenas unas horas, lo que no impidió el velatorio en casa «siguiendo el deseo que él mismo me expresó, en eso sí que me había insistido», y el entierro al día siguiente.

En el momento en que su pareja falleció, el único hijo de ambos tenía 7 años. Ahora tiene 17. «Cuando fue un poco más mayor, hablé con él y le expliqué lo mejor que supe que habíamos donado los órganos de su padre, le dije «papá ahora vive en otras personas», pero creo que no lo entendió muy bien hasta que murió mi madre de un cáncer de hígado, entonces me dijo que se había dado cuenta de que, de haber sido posible un trasplante para salvarla, le habría gustado que alguien hubiera hecho lo mismo que hicimos nosotros con su padre».

A los seis meses de que muriera Paco, así se llamaba él, Paqui recibió una carta del hospital Reina Sofía. Ellos habían dicho que podían utilizar todos los órganos que hicieran falta y que no estuvieran dañados por el ictus. «Nos agradecían el gesto y nos informaban de que había sido posible la donación del hígado, córnea, masa muscular, hueso y médula», relata, «por eso sé que alguien vive gracias a algo de él, creo que eso me alivia un poco de la pérdida, cuando miro a mi hijo muchas veces lo pienso: que su padre sigue vivo en otras personas».