Pablo García Baena nunca decía a nada que no. A lo largo de mis casi tres décadas en el periódico no recuerdo un no ni una sola vez. Me habló de él por primera vez en la Facultad de Letras, en primero de carrera, mi profesor Manolo Abad, que presumía de conocerlo. Él nos hizo una breve introducción de la importancia de este poeta en el panorama cordobés y nos dijo que todo lo que le faltaba de popularidad le sobraba de calidad. También Angelina Costa, nuestra otra profesora de Literatura, ella era la gongorina, se refirió a la amistad de su padre con Juan Bernier. Pero fue Carlos Clementson, un intrépido recién doctorado por la Universidad de Murcia, el que se jactaba de saber más que nadie sobre los miembros de Cántico. No en balde había hecho una tesis de 1.200 páginas en varios volúmenes y sabía del tema más que nadie. Él me lo presentó, lo mismo que a Juan Bernier. También me llevó a Bujalance en una tarde de septiembre a conocer a Mario López, y a Julio Aumente fui yo a Madrid a la calle Bárbara de Braganza, donde tenía una extraña tienda.

Yo había escrito ya sobre un libro de Mario López en las páginas de Pliegos de Cordel, que fueron el germen de Cuadernos del Sur. Pero la primera entrevista seria que le hice a Pablo fue con motivo de la concesión del Premio Príncipe de Asturias. Francisco González y yo nos plantamos en La Nogalera, aunque creo que nos citó en su casa de Benalmádena y allí me explayé haciéndole preguntas hasta aburrirlo y González le hacía fotos incansablemente. Al final, cansado de tanta pregunta, nos invitó a comer para distender tanta incansable tensión. Ahí empezó la relación amistosa. Desde ese momento le pedía poemas inéditos, textitos en prosa para Cuadernos y jamás me negaba nada. Recuerdo en homenajes a Juan Bernier, a Antonio Gala, a Julio Aumente, a Mario López o a él mismo, donde sacaba los textos de donde podía. Él -como el resto de Cántico- mantenían una excelente relación con el director Antonio Ramos Espejo, que los valoraba en su justa medida y no había iniciativa por mi parte a la que él no accediera. Igual ocurría con Ginés Liébana y Miguel del Moral, que nos ilustraban muchas páginas de Cuadernos del Sur. Recuerdo, ya más adelante, que le dimos, con motivo del veinte aniversario de Cuadernos del Sur un premio, que Pablo agradeció como si fuera el Nobel, o cuando lo hicimos Cordobés del Año. Siempre estuvo atento con nosotros y su cordialidad era inusual. Jamás tuvo un mal modo ni un desplante. A lo largo de mi vida le hice más de dos docenas de entrevistas, que desgraciadamente no conservo, pero deben estar en el periódico. Nunca repetía las mismas ideas aunque le preguntaba las mismas cosas. Una de las últimas entrevistas que sí conservo es la que le hice para la revista Mercurio y otra larga que se publicó en el libro colectivo que yo coordiné para el Ayuntamiento y que se publicó en Visor, titulado Pablo García Baena, la liturgia de la palabra. Luego fue Rosa Luque la que empezó a entrevistarlo, de ahí que haya en el periódico diversos puntos de vista sobre la opinión de Pablo.

Pablo escribía con una meticulosidad y precisión perfectas. Cuidaba al detalle todo lo que decía tanto escrito como oral. Sus conferencias escritas eran de una perfección inigualable. Sus libros, todos sus libros fueron comentados en Cuadernos del Sur y las noticias de sus presentaciones, premios y reconocimientos están ahí como en un diario donde no falta absolutamente nada. Yo tuve la oportunidad de seguirlo todo cuando hice la tesis sobre la relación periodística de Cuadernos del Sur con la crítica literaria. Quizás era nuestro creador más mimado, difundido y mejor tratado, aunque tampoco se quedaban atrás los demás miembros de Cántico o los pintores. También incorporamos a Vicente Núñez, que nos deleitó durante años con sus Sofismas, y a Pepe de Miguel, que aunque empezó a escribir tarde, mostró una maestría lírica fuera de hora, con una calidad sorprendente.

Un nuevo libro

A lo largo de estos años logré, recientemente, en un texto que aparecerá próximamente en un libro coordinado por el profesor Francisco Morales Lomas con carácter monográfico a Pablo García Baena, hacer la ilación de las ideas esenciales de García Baena a través de sus testimonios y de sus memorias, que fui tejiendo con paciencia de todas sus entrevistas. Ahí habla generosamente de Cántico, de sus componentes, de su infancia y adolescencia, de sus creencias religiosas, de sus tragedias familiares, de sus amistades con poetas importantes de la época, de su proceso creativo, de cómo el poema está por encima de lo que llaman «literatura», de lo efímero de la gloria, de lo que disfrutaba de sus lecturas, de cuando perdió visión y tuvo que dejar de leer lo que él quería, de cuando se vio obligado, tras cuarenta años, de dejar definitivamente Málaga para refugiarse en sus últimos años en Córdoba. Me dijo una vez que Torremolinos para él era una isla de libertad tolerada de las aguas muertas del régimen. «Por otra parte, yo sentía desde niño la atracción de Málaga. Los amigos malagueños, desde Bernabé Fernández Canivell, Alfonso Canales o María Victoria Atencia y Rafael León se habían hecho incontables y queridos. No lo pensé mucho y me fui. No quemaba las naves. Córdoba sería siempre una cercanía, y a la vez, un alejamiento». Todo ello está en las páginas de Diario CÓRDOBA. Luego tuvo que volver por la edad, para estar cerca de su familia. Vi a Pablo por última vez en junio del pasado año. Yo presentaba mi libro Siete poetas diferenciales de la lírica española en la década de los 80 en la Librería Luque y apareció con su sobrina. Me dio un abrazo entrañable. Yo no sospechaba que fuese el último. Nos hicimos fotos, hablamos de esto y aquello y la presentación transcurrió con una magia inusual.

Recientemente, el pasado 15 de diciembre, lo llamé para decirle que por fin presentaba en Córdoba, esta vez en la Casa del Libro, La sociedad secreta de los poetas, donde le dedicaba a él y a cada uno de los miembros de Cántico, entre otros poetas, sendos capítulos. Me dijo que sí, que iría, aunque iba a estar todo el día en Aguilar, pero que llegaría a tiempo. Esa tarde fue muy borrascosa y me llamó casi a la hora de empezar el acto para decirme que al llegar a Córdoba le había caído un chaparrón y que se sentía mal y no quería empeorar un posible resfriado. Quedamos en vernos en su casa pasada la Nochebuena, pues yo tenía que presentar mi libro en otras ciudades españolas. Juana Castro quedó encargada de llamarlo y cada vez que lo hacía manifestaba que no se encontraba bien, que el resfriado estaba peor. El día antes de marcharme para México, el 30 de diciembre, lo intentamos de nuevo y Pablo seguía peor. De modo que ya nunca pude despedirme de él. He sentido cierta frustración, pues sé que le hacía ilusión recibir el libro, aunque quizás no pudiera leerlo como en otros tiempos.

Aunque en los primeros años de juventud, el Grupo Cántico recibió cierto desdén porque su poesía era pura, esteticista y no encajaba con la moda, muy pronto fue reconocida y admirada. Córdoba, Andalucía y el resto de España siempre la valoraron y especialmente la de Pablo García Baena, porque fue el que más tiempo sobrevivió a sus amigos y porque escribía con una categoría estilística única a lo largo del siglo XX y primer cuarto del XXI. Pablo ha sido el heredero de Góngora y los cordobeses, y especialmente el diario de su ciudad, lo han mimado hasta los últimos instantes de su vida, por lo que puede decirse que fue un gran profeta en su tierra.