Si Santa Clara levantara la cabeza, seguro que actualizaba la vieja tradición de llevarle huevos para evitar la lluvia y, en áreas de secano como la de Córdoba, introducía una variante para animar a sus devotos a llevarle flores o botijos para evitar el calorazo. En ese caso, la capilla se le habría llenado ayer de tributos de flamencos deseosos de disfrutar de una noche en blanco mínimamente fresca. Pero Santa Clara, de momento, no está para esos menesteres, así que anoche tocó aguantar el chaparrón con resignación, agua fresca y la mejor de las sonrisas. Entre los devotos del cante jondo tampoco faltaron los abanicos, como si mover el aire caliente aportara alivio cuando el calor humano se concentra y el ambiente se caldea. No digamos nada si sobre el escenario se concentran tres voces del poderío de Arcángel, Marina Heredia y Carmen Linares, que rompieron el hielo con unas bulerías interpretadas por los tres para pasar después a unos fandangos en los que la voz de Arcángel estuvo arropada por Carmen y Marina, y una debla a cargo de la de Linares. A la guitarra, José Quevedo Boliga y Miguel Ángel Cortés con Paquito González en la percusión. El plato fuerte de la noche, que sirvió para abrir boca a miles de cordobeses hambrientos de flamenco, llenó la plaza de Las Tendillas hasta la bandera. Con este espectáculo habría bastado pa partirse la camisa por el arte derrochado en el escenario y por el calor que hacía a esas horas, pero la noche aún iba a dar para mucho más. Y, en la boca, siempre la misma exclamación: ¡Ofú, qué calor! Menos mal que al final el termómetro fue cediendo. «Para quitarse el calor, hay que alternar el flamenco con la cervecita o el refresco», apostilló un camarero de Las Tendillas, mientras los más dulceros se hacían con un helado. Y es que la Noche Blanca del Flamenco es un caramelito para la hostelería del centro, que ayer echó la persiana dos horas más tarde. Las mujeres, el alma de la fiesta en estos saraos, se lanzaron a la calle en grupos de lo más variopinto. En Las Tendillas, el coro La Alegría del Reina Sofía auguraba una noche larga e intensa. «Mañana nos vamos a Matalascañas a primera hora y queremos darle la vuelta al marcador y llegar al autobús directamente», aseguraron risueñas sin perder el compás de los tangos que sonaban en el escenario. Arte dentro y fuera de los escenarios. En los barrios, algunos aprovecharon la ocasión para hacer negocio desde casa, vendiendo agua fresquita en puestos improvisados que los sedientos amantes del flamenco agradecieron. Mientras Las Tendillas vibraba, Villarrubia y los Jardines Elena Moyano Madre Coraje acogieron a los que prefieren evitar las masas o tienen predilección por el flamenco hecho por mujeres. Y es que ambos espectáculos dieron el protagonismo absoluto a la voz femenina. En Mujeres al cante, un amplio elenco de jóvenes artistas hicieron un homenaje a las rebeldes que a lo largo de la historia han puesto el contrapunto femenino a la vida sin que se les haya reconocido. Decenas de personas atendieron a la llamada de Vente conmigo que les hizo el cuarteto Las Migas, guitarra y violín en mano, que arrancaron el espectáculo con un tema de lo más propio en Córdoba, dedicado a la vida en los patios de vecinos. Seguro que en el grupo, constituido en Barcelona, hay raíces andaluzas. Su estilo, con un toque muy actual conquistó a un público con su particular forma de entender la rumba, el flamenco fusión o la poesía. Música con mucha miga que trajo aire fresco a la noche en un entorno verde y más relajado.

El patio de San Basilio se reservó a los Premios Nacionales 2016. El Currito, guitarrista un con Corazón Flamenco; el gaditano José Anillo, de voz profunda y atemperada y El Barullo, que hizo honor a sus ancestros farruqueños con su baile puro y su estilo sobrio. Mereció la pena esperar a que sonara la música ante un aforo repleto de público de todas las edades (hasta bebés se vieron por allí). Que no se extrañen los padres si un día los niños abren los ojos marcándose una pataíta.

Otro clásico de toda fiesta cordobesa, las despedidas de solter@ tampoco podían faltar anoche. Entre las que se vieron, llamaba la atención la de Paqui, que se casa en breve y acudió al evento desde Málaga, según me dijeron, acompañada por una multitud de amigas vestidas de blanco y negro con fular de lunares a juego. La novia no salió tan bien parada, envuelta en un tupido traje amarillo y negro.

Superada la medianoche, el eclepticismo se apoderó de los escenarios en una Noche Blanca variopinta. O tampoco tanto. Según se mire. El toque más al Norte del flamenco lo puso Mario Díaz, el ex Aslándtico y su Rock my reggae que vino a aportar diversidad a la cita. Al flamenco, ya se sabe, le cabe to. Los incondicionales de Mario Díaz, conocedores de su estilo inconfundible e inclasificable acudieron en masa a disfrutar con sus temas. Mientras, en La Calahorra, con una leve brisa del Guadalquivir, la solista del Ballet Flamenco de Andalucía Ana Morales daba muestras de su arte. La cosa, pese a la hora, no había hecho más que empezar. Quedaban por delante los homenajes a Camarón y a los guitarreros cordobeses, las Gitanerías de Lole Montoya, El Pele y El Calli, la guitarra flamenco marroquí de Simo Baazzaoui, el arte de Manuel Lombo y el subidón del ex Bicho, Miguel Campello, encargado de dar la bienvenida al sol de la mañana con Agua, pan, amor y vino. Seguro que las calles no estaban puestas cuando él subió al escenario a eso de las cinco de la mañana. Lástima que la edición de este periódico no aguantara hasta tan tarde. Mañana, más.