Los vecinos del tranquilo barrio madrileño de San Blas se vieron ayer sorprendidos por un grupo de gente vestida de amarillo, pertrechada con cascos auriculares, bocinas, silbatos y petardos, que marchaba tras unas pancartas en las que se leía, entre otras cosas, «Hitachi apunta y ABB despide».

Si a alguien le quedaba sueño después del largo viaje en autobús de madrugada, tuvo tiempo de espabilarse durante la marcha, que duró unos treinta minutos, a un buen ritmo entre el estadio Wanda Metropolitano y la calle San Romualdo, donde ABB tiene su sede central.

Proclamas como «no al ERE» o «contra el terrorismo empresarial» acompañaban la marcha, que llegó sobre las once a la sede la entidad, en la que ya esperaba otro grupo de trabajadores con pancartas de los sindicatos convocantes. Al llegar, los manifestantes llenaron la fachada de la sociedad de cruces, que venían a simbolizar la agonía de la fábrica, al tiempo que los petardos impregnaban de olor a pólvora la acera.

Minutos después, los primeros trabajadores empiezan a franquear la entrada, ante la atónita mirada de los vigilantes de seguridad, que se vieron desbordados. La primera parada se hizo en el patio que antecede a las oficinas, cuyas puertas de cristal también fueron traspasadas ante un leve intento de evitarlo de las responsables de la recepción.

A partir de ahí, se inició un recorrido planta a planta por todas las instalaciones, en las que pocos compañeros permanecieron para verlos pasar (algunos sí). A los que se quedaron, los manifestantes intentaron advertir con frases como «el próximo puedes ser tú». Algunos de los trabajadores de las oficinas aprovecharon para tomar fotografías de tan inusual situación provocada por los compañeros de provincias, quienes, una vez recorridos casi todos los departamentos de la empresa, empezaron a salir como habían entrado. Como recuerdo, al salir, una foto para la prensa y abandono definitivo del edificio.

A esa hora, varios furgones de la Policía Nacional se habían acercado hasta el lugar y sus efectivos, algunos de los cuales también habían entrado a las oficinas, custodiaban la entrada principal y observaron la salida de los manifestantes, sin hacer, en ningún momento, amago de intervenir y, a medida que los trabajadores se fueron dispersando, también lo hicieron los agentes desplazados hasta el lugar.

Antes de la dispersión definitiva, después de unos 45 minutos en el interior, el presidente del comité, Jesús Villegas, agradeció la participación de todos los asistentes, tanto de Córdoba como de Bilbao, con un «chapó para todos», e indicó que la acción que acababan de protagonizar «había que hacerla, nos tenían que escuchar aquí, porque nosotros somos también trabajadores de esta empresa».

Después, los camisetas amarillas de Córdoba y Bilbao empezaron a preguntar por los autobuses que tendrían que devolverlos a la ciudad de origen. Unos partirían en dirección al Sur, otros, hacia el norte, pero todos lo hicieron con el sentimiento de haber participado en un momento histórico para ellos y para su empresa, a la que, como explicaban algunos de los presentes, «hemos dedicado nuestra vida».

Pero no todos regresaron. En su nombre permanecieron en Madrid los miembros de la mesa de negociación, que, como explicaba el presidente del comité de empresa, seguirán intentando combatir una medida que nadie entiende en una empresa que tanto ha dado por Córdoba y con la que Córdoba tanto tiene que perder. La empresa, mientras tanto, sigue guardando silencio.