Cierren los ojos e imagínense que mañana es el día de su 18 cumpleaños. Si son padres, el día del 18 cumpleaños de su hijo/a. Y que nada más soplar las velas, tendrán la maleta preparada en la puerta para irse a la calle y buscarse la vida en un país cuyo idioma apenas chapurrean. Hasta hoy, vivían en casa calentitos y le ponían el plato por delante. Mañana no saben dónde dormirán, ni tendrán dinero para alquilar un techo y si tienen hambre, quizás tengan que acudir a un comedor social con el resto de personas sin hogar. Esa es la realidad de la que la Fundación Don Bosco rescata cada año a un grupo de jóvenes a los que da una segunda oportunidad en sus pisos tutelados.

Mohamed Fri tiene 19 años, los cumplió hace dos días y lleva casi un año en uno de esos pisos para jóvenes extutelados en Córdoba. De origen marroquí, un día, con 17 años, le dijo a su madre que se iba a Melilla para intentar entrar a España en busca de un futuro mejor. El mismo día que lo intentó, logró entrar y ahí empezó su andadura. «Una vez allí, me quedé un mes en la calle, solo, escondido en el puerto, buscando algún camión para cruzar», recuerda, «hasta que un día vi un barco aparcado y me subí a él colgándome por la cuerda con la que estaba amarrado». Allí permaneció oculto hasta que llegó a Motril. «Me monté con mucho miedo de que me vieran y me bajé con el mismo miedo de que me encontrara la policía».

Por la misma cuerda por la que entró, volvió a salir del barco y una vez en el puerto, fue detenido por la Policía, que lo mantuvo en comisaría 15 días hasta que lo derivaron al centro de menores de El Muriano. «No sabía hablar, ni escribir, no fui mucho al colegio», explica con un nivel aceptable de español, «no dormía pensando qué pasaría cuando cumpliera 18 y me echaran de allí, si me quedaba en la calle tirado». Su buen comportamiento y su implicación en las tareas le valió, sin embargo, para entrar en uno de los pisos de la Fundación Don Bosco, donde convive con otros cuatro chavales de su edad. Desde entonces, no ha dejado de esforzarse. «Quiero ser peluquero y estoy estudiando, al principio me costó seguir el curso porque había mucha teoría, pero ya estoy con las prácticas».

Según Abdellatif, su educador social, Mohamed es muy aplicado y como el resto de chavales del programa, está muy motivado y aprende rápido. Al parecer, descubrió su vocación en el centro de menores. «Tenía una maquinilla y empecé a pelar sin saber nada, ahora ya me atrevo con cosas más difíciles», comenta orgulloso. Además de los estudios, en el piso aprenden a convivir y a todo lo que conlleva la independencia, desde cocinar a poner lavadoras o ahorrar. «Ellos tienen un sueldo teórico del que se les descuenta lo que vale el alquiler, la comida, los suministros, etcétera y les sobran unos 80 euros mensuales para ellos», explica Abdellatif, «con eso se las apañan por si tienen que comprar algo extra, aunque la mayoría ahorran». No les queda otra opción que madurar, aunque sea a marchas forzadas.