Adolfo Suárez ha sido presidente del Gobierno de España en tres circunstancias distintas. Fue el último presidente del régimen nacido de la guerra civil. Fue el primer presidente designado por unas Cortes Generales elegidas por sufragio universal, que aunque no fueron convocadas como Cortes constituyentes, lo acabaron siendo. Y fue el primer presidente elegido por unas Cortes convocadas con base en una Constitución democrática. Esto es lo que singulariza su posición en la historia de España y lo que lo convierte en una figura única en toda nuestra historia constitucional.

El tiempo que ocupó la presidencia del Gobierno no ha sido muy prolongado. Un año casi exacto, de junio de 1976 a junio de 1977, estuvo como presidente designado por el Rey con base en las Leyes Fundamentales del régimen del general Franco . Algo menos de dos años como presidente no constitucional, aunque investido democráticamente por las Cortes elegidas el 15 de junio de 1977 hasta la entrada en vigor de la Constitución en diciembre de 1978 y la elección de las primeras Cortes constitucionales en abril de 1979. Y algo menos de dos años, hasta febrero de 1981, como presidente auténticamente constitucional. El final con el golpe frustrado de Tejero.

Las circunstancias en las que tuvo que ejercer la presidencia fueron muy distintas. Completamente antidemocráticas en la primera fase. De transición a la democracia en la segunda. Y de inicial puesta en marcha de una Constitución democrática en la tercera. Hay que diferenciar la valoración de su figura en cada una de ellas.

En la primera, en la que va de junio de 1976 a junio de 1977, Adolfo Suárez dirigió la operación de "voladura controlada" de las leyes fundamentales, posibilitando de esta manera la apertura de un proceso que pudiera acabar siendo un proceso auténticamente constituyente. Esta operación de demolición del régimen de Franco ha sido, sin duda, la más importante contribución de Adolfo Suárez a la democracia y la valoración de su tarea únicamente puede ser calificada de excepcional.

En la segunda, Adolfo Suárez empieza a ejercer como presidente democráticamente legitimado, aunque las Cortes que lo invistieron no fueran todavía Cortes constitucionales. Las Cortes del 15 de junio de 1977 fueron unas Cortes representativas del pueblo español y, en consecuencia, la dirección política del país tenía que empezar a responder a ese principio de legitimación democrática del poder. En esta fase es en la que se va a empezar a poner de manifiesto la fragilidad de Adolfo Suárez como líder político. Se movía muy bien en la política no democrática y sabía manejar los resortes del poder en un mundo no democrático. Pero no sabía hacerlo igual de bien en democracia. Su aversión al debate parlamentario era, sin duda, lo más llamativo. Su formación política y sus instintos eran predemocráticos o, si no se quiere utilizar una expresión tan fuerte, protodemocráticos. Ello se pondría claramente de manifiesto en la tercera fase de su ocupación de la presidencia del Gobierno, ahora como presidente constitucional a partir de abril de 1979. En menos de un año perdería el control de la situación tanto en su partido como en el país. Como presidente no de la transición a la democracia, sino como presidente en democracia, Suárez fue un fracaso sin paliativo.

Adolfo Suárez ha sido el eslabón entre el régimen de Franco y la Constitución de 1978. Dirigió una operación de transición hacia una forma política que en realidad no entendía ni sabía como operaba. El éxito que tuvo en la operación de desmantelamiento de un régimen no democrático y de transición a otro democrático se lo acabó llevando por delante. Puso en marcha una forma política en la que no sabía moverse. La sociedad, en todo caso, tiene contraída una deuda enorme con él.