Impasividad, adjetivo que le podemos aplicar a Bretón, quien no experimenta o no muestra ningún sentimiento o emoción que afecte a su estado de ánimo por lo que sucede.

Desde que comenzó el juicio, en el que se sienta en el banquillo, acusado de asesinar a Ruth y José, sus hijos, dos criaturas que cuando hemos visto sus fotografías "empapelando" paredes, puertas e incluso taxis, nos ha conmocionado. ¿Cómo es que no se inmuta? En todo lo que va de proceso, siempre la misma mirada impasible.

Psiquiatras y psicólogos que lo han evaluado han descartado trastornos, no podemos ver en su mirada un trastorno mental, ni una patología psiquiátrica, ni un trastorno de personalidad, ni siquiera un retraso mental. Esas son otras miradas, miradas que nos hacen sentir que hay un sentimiento, un sufrimiento. Aquí se ve la mirada de una mente lúcida y manipuladora; la mirada perversa que ha hecho que la eviten cuantos se cruzan con ella, porque se clava como un puñal, se fija en un punto, distanciando la realidad, controlándola con la frialdad de una mente perversa.

Mientras la mirada está impasible, la mente funciona, la mente obsesiva y sádica del perverso, a la cual le resulta casi imposible generar pensamientos ni emociones que no vayan acompañados de una situación malvada, deshonesta y cruel; obsesionada por la mentira y la confabulación, deformando la realidad. Y las personas con las que más se ensañan, los más cercanos a él, la familia, su pareja, sus propios hijos. El engaño viene de la mano del manipulador. Cuando en un procedimiento nos encontramos con una persona honesta y un perverso, si hay manipulación, paradójicamente se dudará de la persona honesta. Solo si el proceso es de una cierta duración, como es este juicio que se prolonga semanas, podría ser que se comprendiera esta situación, que se da no porque el manipulador sea más astuto, que a veces lo es, sino porque, precisamente al no distinguir ninguna diferencia entre el bien y el mal, el perverso piensa siempre que tiene razón. El perverso no se interesa por la realidad, sino por el puro juego de las señales lingüísticas.