Hace una semana que el escritor y periodista Màxim Huerta cogió por primera vez el maletín de ministro de Cultura y Deporte. Se lo entregó, entre abrazos y sonrisas, Íñigo Méndez de Vigo. «Seguro que te lo vas a pasar muy bien», le dijo su antecesor. Tras patearse la feria del libro de Madrid, ir al teatro, vigilar a la SGAE, ver a Rafa Nadal en París y desear suerte a la selección de fútbol, Huerta lo pasó ayer muy mal. Y acabó dimitiendo. Su situación era insostenible: durante el 2006, 2007 y 2008, el periodista, que se hizo famoso por su trabajo en Tele 5, defraudó a Hacienda más de 200.000 euros.

«Llegué a este ministerio hace una semana ilusionado. Acepté un compromiso más importante que mi carrera y que mi vida personal. Lo acepté sabiendo que mi nombramiento iba a ser calificado de extravagante, por haber trabajado en un medio que todos ven y todos demonizan. Pero eso es el pasado. Hay que mirar al futuro», dijo Huerta desde la sede del Ministerio de Cultura. «Amo la cultura y por eso me retiro», añadió el exministro, que será sustituido por un perfil muy distinto: José Guirao, exdirector del Museo Reina Sofía.

Fue otro tono respecto al que había utilizado a primera hora de la mañana. En un principio, tanto el extitular de Cultura como el presidente, Pedro Sánchez, consideraron que no había nada malo en que un tribunal lo hubiera condenado, en el 2014, a pagar a la Agencia Tributaria 365.939 euros por haber creado una empresa interpuesta para pagar menos impuestos según desveló El Confidencial.

«Este asunto no es como ministro. Fue como Màxim Huerta. No hubo mala fe. No oculté nada. Asumí la responsabilidad», dijo Huerta. Sánchez dio por buenas esas explicaciones. «Nos parecen bien fundadas. El Gobierno está tranquilo», señaló un portavoz del Ejecutivo.

Pero Sánchez empezó después a contemplar la dimisión de Huerta, mientras importantes miembros del PSOE y del Gobierno expresaban en privado malestar por su permanencia en el Ministerio. Los dirigentes entendían que la continuidad de Huerta podía empañar toda la acción del Gobierno socialista, que alcanzó el poder a través de una moción de censura a Mariano Rajoy planteada como una «exigencia democrática» frente a la corrupción del PP reflejada en la sentencia del caso Gürtel. «Vamos a esperar un poco. Las cosas de palacio van despacio, pero van», explicaron fuentes de la Moncloa a primera hora de la tarde. La decisión ya estaba tomada.

Las «cosas», en realidad, suceden a una velocidad mareante en el Ejecutivo de Sánchez. El líder socialista apenas tuvo cinco días para decidir quién ocuparía las sillas en el Consejo de Ministros. Poco después, el presidente ofreció el puerto de Valencia para acoger a los más de 600 inmigrantes del Aquarius. Y ahora Sánchez ha tenido su primer escándalo y crisis de Gobierno. Todo en menos de dos semanas.

Cuando Sánchez llamó a los futuros ministros, les preguntó si habían incurrido en comportamientos discutibles, si había en su pasado hechos que pudieran ensombrecer la gestión. Huerta pasó el filtro. No dijo nada sobre el uso que había dado a un sistema ilícito pero muy extendido entre exitosos tertulianos, deportistas, actores y otros profesionales autónomos: crear una sociedad interpuesta para recibir las retribuciones y pagar el impuesto de sociedades y no el IRPF, más gravoso. «Si yo tengo en la dirección de mi partido a un responsable que crea una sociedad interpuesta para pagar la mitad de impuestos que le toca pagar, al día siguiente estará fuera», dijo Sánchez en el 2015, a raíz de un escándalo que afectaba a Juan Carlos Monedero, dirigente de Podemos. El presidente ha cumplido con su compromiso. Huerta, que no fue la primera opción de Sánchez para ocupar el ministerio (Elvira Lindo e Isabel Coixet) ya está «fuera». Era un paso que toda la oposición, con Podemos a la cabeza, le estaba reclamando.

El exministro se despidió presentándose como una víctima y cargando contra lo que definió como «la jauría» en varias ocasiones. «Vivimos en una sociedad ahogada por el ruido, por la descalificación -concluyó-. Lo que importa es el bombardeo. Pero en realidad lo que busca es minar el proyecto de regeneración del presidente Sánchez. Y no voy a permitirlo. Corren nuevos tiempos. Tiempos en los que los inocentes prefieren irse».