Los hijos no siempre vienen de París. A veces, vienen de África, de Rusia o China, llegan a casa volando, pero son los padres quienes tienen que subir a un avión para ir en su busca al otro lado del mundo. Antonio e Isabel, Rosa y Pepe y Antonio y Manoli son tres parejas que, después de muchos años de espera, vieron su sueño cumplido el día que tuvieron delante a sus respectivos hijos. «Todos los obstáculos y los malos ratos que puedas haber pasado antes se te olvidan en ese momento», coinciden los seis. No en vano, son madres y padres que, a diferencia de los biológicos, tienen un certificado que les avala como idóneos para esa tarea, un título que algunos tuvieron que renovar hasta tres y cuatro veces durante el periodo que transcurrió antes de que la adopción se hiciera efectiva. «Si alguien está pensando en adoptar, debe saber que no es un proceso fácil, puede ser muy doloroso e incluso traumático porque tienes que someterte a un examen que, al final, depende del criterio del asistente social o el psicólogo que te investiga», explica Isabel, ante la mirada atenta de su marido, padres ambos de una niña china. «A día de hoy, lo veo todo muy lejano, pero en su día sentí que me hacían casi un tercer grado y lo pasas mal». Además de comprobar si estás mentalizado para ser padre y poner a prueba tu motivación, investigan tus cuentas, en qué gastas tu dinero, quién se haría cargo si a ti te pasa algo, cómo es tu entorno familiar, te exigen cumplir ciertos requisitos en casa, que tengas equipada la habitación del niño... Además, a la incertidumbre y la impaciencia se suma «la presión de la gente de tu entorno, cuando te preguntan ¿y todavía no?». Del coste de una adopción internacional prefieren no dar cifras: «Cada papel cuesta dinero».

Antonio y Manoli han pasado dos veces por el mismo proceso, ya que tramitaron la adopción nacional y la internacional a la vez y fruto de cada una tienen en casa a un niño español y una niña maliense. «Es duro porque casi todos llegamos a la adopción después de un proceso previo de infertilidad que te va haciendo mella y conscientes de que el reloj siempre corre en tu contra», coinciden los dos.

Se da la casualidad, porque nada estaba organizado, de que estas tres parejas y otra más son vecinas de la misma calle en Córdoba y han compartido la llegada de cada niño. «Hemos organizado fiestas de bienvenida cuando han ido llegando, ha sido muy bonito vivirlo juntos», comentan Antonio e Isabel. Rosa y Pepe pasaron por tres renovaciones de idoneidad en dos años porque en un momento dado decidieron optar por la adopción del Pasaje Verde en China (niños con alguna discapacidad). En su caso, el pequeño tenía labio leporino. «Recogimos a mi hijo el día de mi cumpleaños», recuerda Rosa, «nunca olvidaré el día en que nos llamaron para decirnos que podíamos ir a por él, casi nos da algo de la alegría». Todos coinciden en que «los niños son máquinas para adaptarse», aunque el idioma o las diferencias culturales supongan un reto al principio («mi hija lloraba mucho, no quería ropa ni zapatos»; «a la mía no había forma de bañarla»). Hablan con naturalidad de la adopción delante de los niños, que a su corta edad ya han lanzado alguna que otra pregunta de esas difíciles de contestar. La más típica llega cuando dan en el colegio los mamíferos: «Mamá, ¿yo he estado en tu barriga?». Aunque la más dura, sin duda es otra: «¿Me dejaron porque no me querían?».

Convencidos de que sus hijos han sido un regalo, aseguran que, «cuando te dice la gente que tu hijo ha tenido suerte de encontrar unos padres como tú, se equivocan, la suerte ha sido nuestra por tenerlos a ellos como hijos».