Dicen los observadores más cáusticos de la realidad que cuando alguien muere todo el mundo lo quiere, hasta quienes en vida fueron sus enemigos. Que el instante de la despedida se convierte en momento cumbre de la hipocresía colectiva, en el que destacar virtudes y obviar defectos o miserias. Se recoge lo que se siembra, dicen también. Quizás por ello, esa regla de oro se rompe a veces para honrar a quienes, como Pablo García Baena, se pasaron la vida sembrando de forma discreta, sin grandes alharacas, semillas cargadas de poesía, de risas, de buenas palabras, de buena educación, de cariño y de amistad. Semillas que en días como ayer dejaron ver sus frutos. Quién sabe lo que hubiera dicho el poeta si le hubieran preguntado sobre la posibilidad de instalar una capilla ardiente en su honor en el Ayuntamiento de Córdoba, tan modesto y tímido como era. La internacionalidad de su poesía y la bondad, esa cualidad tan demodé en los tiempos que corren y que lo definió en su larguísima vida, lo hicieron más que merecedor de los honores, pero a buen seguro que su prudencia le habría llevado a decir que no. «Era un gran poeta, una figura imprescindible, pero mejor persona, un ejemplo de humildad y sencillez», se oyó repetir ayer una y mil veces en los pasillos del Consistorio a autoridades, familiares, amigos, compañeros cofrades, peñistas, poetas, vecinos y conocidos, en una suerte de letanía consensuada por todos.

«Pensábamos que siempre estaría ahí», coincidieron también muchos de los presentes, «su muerte nos ha pillado por sorpresa». Y es que García Baena, por más que superara ampliamente los 90 años, poseía un espíritu eminentemente jovial, ultra educado y con un sentido del humor envidiable que, pese a la fragilidad de su figura, llevaba a pensar que la muerte le quedaba aún bien lejos. La presidenta de los libreros de Córdoba, Hermenegilda Moreno, subrayaba esa cualidad del poeta. «Siempre tenía una sonrisa en la boca, la misma que me viene a mi al recordarlo», explica, «como cuando coincidió con Antonio Gala, hace un par de años, y mirándolo sonriente le dijo ‘hay que ver qué viejo estás’, él tenía esos puntazos».

Las visitas, fugaces, prolongadas o repetidas a lo largo del día, se sucedieron de la mañana a la tarde por parte de personas de la cultura, de la literatura, pero también de tradiciones cordobesas a las que el poeta era tan aficionado, como los patios, las peñas o las cofradías. Chari Cantillo, la dueña de la casa en la que García Baena nació, en la calle Parras 6, no pudo contener las lágrimas al hablar de él. «Le he traído la última rosa que ha crecido en su patio», dijo emocionada, «venía cada año a vernos, era una persona excepcional, todo bondad». Rafael Barón, presidente de la asociación Claveles y Gitanillas, acudió por la tarde también con flores para el poeta, de parte de la asociación de belenistas. «Era un enamorado de la tradición de los belenes, hoy precisamente tenía que llamarlo para que viniera a mi casa a ver mi belén y quedar para ir a ver el suyo, ambos compartíamos la costumbre de dejarlo instalado hasta la Candelaria», explicó Barón.

Hombre de gran religiosidad, fiel devoto de la Virgen de los Dolores y fundador con el grupo Cántico de la del Remedio de Ánimas, recibió ayer la visita de numerosos cofrades de estas y otras hermandades. «Es hermano de los Dolores desde que nació, cuando su madre lo asomaba a verla desde el postigo», señaló el hermano mayor Juan José Jurado. Con el tiempo, como prueba de su devoción, entregaría a la Virgen la medalla de oro de Andalucía y la de la Ciudad de Córdoba cuando se la dieron. Hombre de mente abierta, también defendió la presencia de las mujeres en las cofradías, como recordó Carmen Lopera, la primera hermana mayor del Socorro. «Me animó mucho, me dijo que tenía que estar ahí, siempre estuvo dispuesto a ayudarme en todo», aseguró, con los ojos empañados.

Pablo García Baena atesoró grandes amistades masculinas y femeninas. Y despertó la admiración a partes iguales entre hombres y mujeres. «Hay mucha gente en Córdoba que no conoce su poesía y es una pena», comentó Magdalena Eslava, una enfermera jubilada que acudió a la capilla con una amiga, a la que animó a leerlo atentamente: «Es genial la forma que tenía de escribir, moderna y barroca al mismo tiempo». Esther Casado, empresaria creativa y amante de las letras, muy afectada por la pérdida, rindió también su pequeño homenaje al autor, a quien definió como un ser «genial y maravilloso» que dejará un «vacío tan grande como su enorme legado». Rafi Valenzuela, exdelegada de Cultura, destacó de él que «fue una persona muy querida, generosa y siempre dispuesta a ayudar en todo, a quien echaremos mucho de menos y que pasará a la historia en letras mayúsculas». Tras vivir un año intenso en recuerdo de Ricardo Molina, recordó, se perderá «el año dedicado a él, el 2018, por el Centro Andaluz de las Letras». Pese a todo, «me gusta pensar que ahora estará con Eduardo (García) allá arriba hablando de poesía y de vida», concluyó.

Celia Fernández, profesora de Literatura de la UCO, puso el acento en la capacidad del autor para «vivir en el presente» y a comunicarse haciendo gala siempre de «una ironía, una agilidad mental y una elegancia excepcional». Muchos fueron los docentes que acudieron a despedir al poeta, entre ellos, José Javier Rodríguez Alcaide, catedrático emérito de la UCO, para quien García Baena era «desde el punto de vista de las letras todo un clásico, pero sobre todo, una buenísima persona». José Navarrete, profesor de Literatura jubilado, dijo de él que era «el recuerdo vivo de la poesía en Córdoba, un hombre de una sensibilidad exquisita capaz de hacerse líquido y volcarse con la gente». De igual modo, José Antonio Ponferrada, también profesor de Literatura, acudió a despedir a su amigo en compañía de Manuel López Alejandre, director del Aula del Vino. Ambos recordaron los buenos momentos vividos en su compañía y anunciaron la publicación de un libro escrito a seis manos, dos de ellas las del poeta, titulado 3 nuevos discursos del vino, que ya «Pablo solo verá con los ojos del alma».

Desde la distancia, su amigo y compañero Ginés Liébana envió su condolencia en forma de tres rosas blancas envueltas en un periódico y un lazo rosa, que permanecieron sobre el ataúd junto a la medalla y la túnica de hermano mayor de honor de los Dolores. Liébana mostró a sus allegados su dolor por la pérdida y el pesar porque a él se le haya asignado en Cántico el papel de pintor, obviando su amplia aportación al mundo de las letras.

Su amigo, lector y editor Manuel Pimentel, a quien la muerte del poeta le pilló fuera de Córdoba, alcanzó con sus palabras la tierra común de todos los presentes: «Se nos ha ido un grandísimo poeta que fue tan buen poeta como persona», sentenció. Almuzara editó este año Córdoba de García Baena, un libro «maravilloso», recordó, que le servirá de homenaje junto con La Navidad en Córdoba, también con textos del autor.

Entre las decenas de personas que visitaron la capilla ardiente, presidida por un finísimo olor a gladiolos, estuvo María de Heredia, condesa de Gramedo, acompañada, entre otros, por José Campos. (García Baena era presidente de honor de la Fundación Bodegas Campos). Ambos subrayaron de él que era un hombre «noble, sencillo y grande que creíamos que estaría siempre con nosotros». Por eso ahora que se va, como no le gustaban las cosas tristes, «pensaremos que estará siempre a nuestro lado, en la bodega y en el corazón». El mundo de las peñas también estuvo representado en muchos compañeros de la peña Azahara, de la que era socio de honor. «Lo que más llamaba la atención de Pablo era su inquietud por saber de todo, su espíritu crítico y su sencillez», destacaron varios de los socios.

El día de ayer, frío y soleado, intenso y triste para Córdoba, se despidió de su poeta con poesía, con su poesía. Rafi Valenzuela, Juana Castro y Paco Gálvez dieron voz a los versos delicados del autor, cargados siempre de amor por Córdoba, de recuerdos, de esos detalles que daban fe de su privilegiada memoria, de su sensibilidad extrema. Se fue dejando atrás una declaración de vida: «Si yo fuera mayor, lo cual parece casi imposible, amaría a los ríos limpios entre las aneas, el arco de las truchas, las ocas paseando una tras otra por la orilla, bobas y solteras como señoritas puritanas, la campana sonando lejana en la heredad, todo como lo viera alguna vez en un paraje nórdico. Y allí, bajo el árbol de la vida, sentarme a leer un libro hermoso, ya leído. Pero sí, soy mayor, y amo aun lo que apenas si recuerdo: la madrugada alta y su ginebra, la nuca que termina en rizo último entre mis dientes...» Sigan leyendo. A partir de hoy, el mejor homenaje será ese, leerlo.