La Universidad de Córdoba cuenta en su haber con el reconocimiento de prestigiosos doctores honoris causa. A ellos se suma la investidura del poeta Pablo García Baena, lo que constituye un doble honor, pues si bien el doctorando se honra por la universidad que lo acoge en su claustro, la universidad también es honrada por la sabiduría y la reconocida trayectoria literaria y humana del poeta (...). El acto que nos reúne suscita en mí una honda emoción y me siento muy agradecida al señor rector porque me haya confiado la responsabilidad de actuar como madrina del admirado maestro. Realizar la laudatio de Pablo García Baena es una grata encomienda, para quien ha declarado su admiración por Pablo en numerosas ocasiones (...). El poeta, que naciera en el número 11 de la cordobesa calle Parras, no solo cuenta con reconocidos méritos en el terreno de la poesía, sino que sus cualidades humanas son tan elevadas como las literarias (...).

Pablo García Baena es uno de los máximos representantes de la cultura española. Su obra constituye la más alta significación poética desde los años cuarenta. Desde su primer libro Rumor oculto (1946) hasta Campos Elíseos (2006) su producción poética ofrece un modelo de integridad ética y estética (...). Córdoba ocupa un lugar destacado en las letras españolas gracias a su poesía (...). La función social de la poesía, la de construir pensamiento, una de las mayores rebeldías que podemos concebir, se da con mayúsculas en su obra. En su obra y en su memoria se reúne un siglo de poesía española a cuyo trasluz leemos también a los clásicos: el Renacimiento y el Barroco, el Simbolismo, el Modernismo y la Edad de Plata de la literatura española.

Cercano y afable

Pablo es cercano, afable, atento y respetuoso. Escucha y sabe situar en la conversación esa pequeña pincelada que ilumina, esa palabra indiscutiblemente exacta que a veces hemos tenido que buscar en el diccionario. Con todos estos méritos y tanta sabiduría, Pablo García Baena nos recibe con la discreción y serenidad que le caracteriza y escucha a quienes nos acercamos a él precisamente para escucharlo, para aprender de él y para fortalecer nuestra investigaciones muy especialmente sobre Cántico y la poesía del siglo XX, pero también sobre San Juan de la Cruz, Góngora, Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén, Vicente Aleixandre o Luis Cernuda. Con la humildad que da el conocimiento verdadero, Pablo ha afirmado: «Poco sé de mi poesía». Sin embargo, acto seguido es capaz de construir toda una teoría poética compleja y personal enraizada en la tradición, capaz de sustentar la poesía contemporánea, expresada, además, con sentido del humor, como cuando matiza: «Quiero decir entonces que entiendo la poesía como rapto, como enajenación, como ebriedad y que, como persona normal me resisto ante tales disturbios metales».

Para quien ha reconocido la poesía como vida, incendio, canción, carne, perfume, aquel antiguo muchacho con el «cuello sujeto de bufandas», según su propio autorretrato, los primeros encuentros con la poesía, en la Córdoba de su infancia, no pueden ser olvidados. Encuentros gozosos que habrían de marcar su vida y su camino le llevan a recordar al profesor que iluminaba las mentes infantiles con la lectura viva de poesía en «Aquella aula de Preceptiva literaria aislada en el viejo instituto cordobés donde el catedrático D. José Manuel Camacho Padilla en las mañanas en las que se sentía a gusto abandonaba la marquetería de silvas y sextinas para leernos a los clásicos, Herrera, Góngora o Quintana».

Con fina ironía, sitúa la poesía, ya desde sus recuerdos infantiles, fuera de polvorientos anaqueles, no «embalsamada en la ceniza de los libros», para reclamarla en contacto con la realidad: «Una poesía que hacía sport, frases de entonces y que transitaba como una chica cualquiera por calles de nombres conocidos y su andar no era obligatoriamente procesional en el incendiado crepúsculo». En una hermosa entrevista que nuestro querido y recordado Eduardo García realizó en 2008 preguntaba a Pablo por su relación con Córdoba, a lo que este respondía: «En el fondo de mi poesía late esa Córdoba de mi infancia, esa Córdoba más soñada que viva […]».

(Extracto de la laudatio realizada por María Rosal).