Cuando se anunció oficialmente su triunfo arrasador, ya conocido desde casi dos horas antes, Pablo Iglesias fue abrazándose sobre el escenario del palacio de Vistalegre con todos los miembros del nuevo consejo ciudadano, máximo órgano de Podemos. Los contactos tuvieron intensidades distintas. Con Íñigo Errejón, principal contrapoder del secretario general hasta la votación de ayer, su íntimo amigo convertido en rival interno, el abrazo fue breve. Apenas unos segundos. El secretario político y portavoz parlamentario intentó sin éxito camuflar su estado de ánimo. Con gesto compungido, dio dos fríos golpes de mano en la espalda de Iglesias, dejando entrever la brecha creada entre ambos en los últimos tiempos y la incógnita de lo que sucederá a partir de ahora en su relación política. A diferencia del secretario general, Errejón nunca dijo que si perdía abandonaría los cargos que ocupa, y justo después de esta escena, en un oscuro y frío pasillo del mismo recinto, dejó su futuro en manos del líder.

No será él quien dé por sí solo un paso atrás. El número dos del partido morado, de hecho, señaló que quería continuar en su puesto, pero al mismo tiempo dejó claro que su salida, como la de varios miembros de su corriente que forman parte de la ejecutiva de Podemos, cotizaba al alza. «La nueva dirección tendrá que decidir dónde coloca a los compañeros que hemos estado en los puestos de más responsabilidad. Hay un mandato claro de pluralidad. Yo estaré donde se considere que puedo ser más útil al proyecto. Somos más fuertes cuando somos capaces de integrar», explicó Errejón.

LA COMPARACIÓN DE MONTERO / La decisión sobre quién integra la nueva cúpula de la fuerza morada no se conocerá como mínimo hasta dentro de unos días, pero Iglesias y su equipo emitieron señales poco alentadoras para el futuro de Errejón. Tras el protocolario abrazo, el secretario general se rodeó de los miembros de su núcleo duro para cantar L’estaca, de Lluís Llach, desplazando a su antigua mano derecha. Minutos más tarde, en el mismo pasillo donde el todavía portavoz parlamentario había reclamado a los ganadores que respetasen la «pluralidad», Irene Montero, jefa de gabinete de Iglesias, equiparó su futuro al de otros fundadores de Podemos que ya no tienen puestos orgánicos. «Por supuesto que Errejón debe seguir teniendo un papel fundamental, como (Juan Carlos) Monedero y (Carolina) Bescansa», anticipó.

No se trata solo del secretario político, sino también de muchos otros dirigentes que han ocupado un papel destacado en la derrotada corriente interna, como Pablo Bustinduy, Ángela Ballester, Jorge Moruno, Auxiliadora Honorato, Eduardo Rubiño y Rita Maestre, quien ocupa un lugar especial. Maestre, portavoz del ayuntamiento de la capital, ya perdió el pasado noviembre las primarias por el liderazgo en la Comunidad de Madrid frente al pablista Ramón Espinar, portavoz en el Senado. La derrota fue ajustada, apenas hubo 2.000 votos de diferencia (13.686 frente a 11.783), pero la concejala se encuentra ahora en una situación todavía más débil.

Iglesias evitó anticipar nada en su breve discurso como vencedor, limitándose a pedir «unidad y humildad» pero en su documento político aboga, sin grandes concreciones, por reordenar las tres grandes secretarías de Podemos: la organizativa, en manos de Pablo Echenique; la política, que lleva Errejón, y la general, que ocupa él mismo. Por lo pronto, las bases del partido le han concedido un poder casi absoluto.