Pistoletazo de salida en la carrera hacia las urnas, hacia la gran incógnita. Para ello, el PSOE se fue a Sevilla. El PP, Unidas Podemos y Ciudadanos se quedaron en Madrid, cada cual en su barrio preferido. Vox estaba en Toledo (seguro que no en el Toledo que fue multicultural, sino en el del Alcazar no-se-rinde). En la Comunidad Valenciana empezó una campaña bifaz, porque el 28-A será también día de elecciones autonómicas.

En las horas previas, con todos los partidos calentando motores, se había hecho público que los cinco cabezas de cartel debatirán en Atresmedia, lo cual provocó la protesta de los consejos de informativos integrados por trabajadores de TVE, quienes también lamentaron las rígidas normas que coartan su información en periodo electoral. Al tiempo, la intolerancia asomaba su fea cabeza al boicotear grupos de estudiantes independentistas una presentación de la candidata del PP por Barcelona, Cayetana Álvarez de Toledo, en la Universidad Autónoma de Bellaterra.

Lo que viene de atrás

El arranque de una campaña electoral impone siempre un protocolo ceremonial (pegar carteles, encender algún chisme o lanzar el primer tuit) que nos cita a las doce de la noche, como si en ese preciso momento algo muy especial fuese a suceder. Pero nunca ocurre nada que no forme parte del espectáculo que los líderes políticos han ofrecido durante meses, en este caso durante años. Llevamos en el tiki taka desde hace no sé cuánto tiempo. Desde luego desde que la moción de censura que desalojó a Rajoy de La Moncloa y de aquel colchón tan incómodo, puso a las derechas de los nervios.

El fenómeno (la histeria) se disparó cuando en el PP, en Cs e incluso en Vox, que llegaba entonces a cubrir el espacio paleoconservador, se percataron de que el avispado Sánchez no solo podía cambiar el colchón de la cama presidencial, sino también montar un Gobierno de oportunidad pero efectivo, mantener mal que bien su respaldo parlamentario frankenstein, y convertir sus propuestas en hechos consumados mediante el BOE. Por ejemplo subiendo el salario mínimo interprofesional a 900 euros. Entonces la oposición hizo crujir sus dientes y exigió elecciones ya, un objetivo que jamás hubiese logrado sin la ayuda indirecta pero eficaz de los mismos secesionistas catalanes que el relato tripartito presentaba como estrechos y firmes aliados del supuesto okupa. Fueron Torra y Puigdemont, y no el triple encuentro en la plaza de Colón, quienes forzaron esta cita con las urnas.

Un momento crucial

Las elecciones que vienen (el 28-A, pero también el 23-M que llegará inmediatamente después) están llamadas a ser muy importantes. Y ya están haciendo felices a sociólogos, politólogos y a los expertos en comunicación política... sobre todo a estos últimos. Porque llega la campaña de las redes, de los trucos digitales, de las mentiras envueltas en papel de regalo virtual y de los impactos emocionales.

En tan confusa realidad internáutica, las encuestas, que jamás fueron tan dudosas como ahora, nunca despertaron, sin embargo, tanta expectación. De hecho, el inicio de la carrera hacia las urnas estuvo precedido de dos datos singulares, llamativos y aparentemente contradictorios: el sondeo del CIS y la oleada trimestral del Estudio General de Medios (EGM). Según el primero, el PSOE avanza incluso más allá de los 130 diputados mientras las derechas siguen cada vez más lejos de sumar mayoría absoluta. Según la segunda, el programa matinal de la COPE, el de Carlos Herrera, ha superado ampliamente los tres millones de oyentes, mientras su competencia en la SER, el Hoy por Hoy de Pepa Bueno, ha bajado de los cuatro millones. Comparen ambos fenómenos político-mediáticos.

Pedro Sánchez, Pablo Casado, Alberto Garzón y Pablo Iglesias, y Albert Rivera.

Teniendo en cuenta, atención, otro hecho reconocido por todos los responsables sondeos: entre un 35% y un 40% de votantes que sí están dispuestos a ejercer su derecho aún no saben a quién otorgarán su sufragio. Existe al respecto una tesis según la cual en realidad esas personas sí han decidido, en algún recoveco del subconsciente, su elección; pero no son capaces de reconocerlo en público o ni siquiera ante sí mismos. Mientras, los augurios demoscópicos no pasan de ser meras suposiciones; como mucho, un detector de tendencias.

A la vista de lo dicho y escrito en las semanas precedentes, los argumentarios de los partidos y los discursos de sus líderes combinarán propuestas más o menos razonables con golpes a la línea de flotación de los adversarios y mensajes destinados a motivar a la respectiva parroquia. Impuestos sí, impuestos no. Feminismo sí, feminismo no. Pensiones públicas, o privadas. Diálogo con Cataluña, o 155 indefinido. Y la Constitución, que reivindican a la vez Iglesias (que quiere llevarla hasta sus últimas consecuencias) y Abascal (que aspira a reformarla hasta que no la reconozcan ni los padres que la engendraron).

...Y la derecha, dividida

Hay un factor nuevo, inédito: la derecha (centroderecha, si prefieren) se ha dividido en tres marcas que pelean entre sí, a veces de forma inteligible, a veces en medio de la más absoluta confusión. Desde que Rivera fue a la plaza de Colón y se hizo la foto con sus competidores, incluyendo ahí al caudillo de Vox, la disputa por el voto conservador discurre desenfrenada hacia no se sabe qué resultado. Lo cual explica que desde el PP hagan guiños a los que se les bajan en marcha para hacer del futuro pasado, o que Aznar desafiase a quien se atreva a llamarle derechita cobarde, que por Génova también desfilen los taurinos y que Suárez Illana se autopromocione recordando que él ha matado novillos de 400 kilos y ungulados cuyas cornamentas fueron medallas de oro. Lo cual, por cierto, parece bastante más verosímil que sus teorías sobre los neandertales. Aunque para desplante, el del caudillo de Vox, capaz de arrancar hoy mismo la ruta de campaña en Covadonga, cuna de la Reconquista. A ver quién es más español. El paleoconservadurismo sale del armario.

La división de la derecha puede atraer sobre ellos la maldición d’Hont, las negativas consecuencias de esa fórmula en las circunscripciones pequeñas, que fueron precisamente las que durante lustros dieron ventaja al PP, cuyas papeletas empuñaban entonces de manera simultánea centroderechistas moderados, sencillas gentes de orden y ultras tardofranquistas. Cien escaños están en el aire. Además, será fácil que la endiablada superposición de restos regale al PSOE unos cuantos diputados y que el sistema directamente mayoritario para elegir senadores le dé a dicho partido la mayoría absoluta en la Cámara Alta, la que debería aprobar la futura aplicación del 155. Casi nada.