Año 2005. Los resultados de Caja Madrid suben como la espuma sobre la ola de la burbuja inmobiliaria, que poco después se revelaría como maremoto. Ildefonso Sánchez Barcoj, su director financiero, anuncia al presidente, Miguel Blesa, que le va a realizar un pago extraordinario y cierra el correo con una frase premonitoria: «Disfrutemos, por si algún día llegan las vacas flacas».

Las vacas flacas sin duda llegaron y se llevaron por delante la carrera y la imagen de aquel licenciado en Derecho de Linares (Jaén) que habría cumplido 70 años en agosto y que jamás hubiera soñado con llegar a la élite bancaria de no ser por su amistad con José María Aznar, a quien conoció preparándose para ser inspector de Hacienda.

«Siempre estaban juntos. Aznar era simpático, aunque daba la sensación de estar muy condicionado por su mujer, Ana Botella, que era antipática. Blesa y su mujer (María José Portela) eran agradables. Había mucha gente que les tenía manía por su pinta de señoritos pijos», explica alguien que les trató.

Banquero de Aznar

Tal era su cercanía que decidieron pedir el mismo primer destino como inspectores, Logroño, donde ocuparon dos pisos en el mismo edificio. A partir de ahí, sus caminos se separaron. Aznar entró en política y Blesa ocupó altos cargos en el Ministerio de Hacienda, para después pasarse al sector privado como asesor fiscal. Pero la amistad no se rompió y el expresidente usó su ascendente poder para colocarle en los consejos de Antena 3 y Caja Madrid.

Apenas unos meses después de la entrada de Aznar en la Moncloa en 1996, Blesa fue elegido presidente de la entidad, la segunda y eficiente caja del país. Desde el primer momento dio prueba de su ambición. En una reunión con 230 directivos, anunció su intención de emprender inversiones «más complejas» y de «mayores riesgos», pero con «la posibilidad de mayores beneficios».

Cero autocrítica

Esa estrategia fue la que llevó a cabo hasta enero del 2010, cuando Mariano Rajoy entregó su puesto a Rodrigo Rato en una decisión salomónica para acabar con la pugna entre Esperanza Aguirre y Alberto Ruíz-Gallarón por controlar la entidad. Su gestión es el ejemplo paradigmático de la carrera de excesos que supuso la desaparición de buena parte de las cajas y obligó a España a pedir el rescate europeo en el 2012.

Pese a ello, Blesa presumió de multiplicar por seis el tamaño de la entidad, pero se negó a asumir responsabilidades en la caída de Bankia: «Los excesos los cometimos todos los actores». Ni siquiera reconoció haber perjudicado a los preferentistas. «No admito que se diga que he causado un daño», desafió.

Dejar la entidad fue un duro golpe. «Sí. Yo estaba fenomenal», confesó a la pregunta de si le habría gustado seguir. Una pena, eso sí, amortiguada por el semiretiro dorado del que pensaba disfrutar (cobró 12,44 millones solo entre el 2007 y el 2010). Con lo que no contaba es con la avalancha de casos judiciales que se le venía encima y que le borró la sonrisa que, en pleno acoso de Esperanza Aguirre para echarle, presumía de que «nunca» iba a perder.

El primer golpe fue ser el primer banquero en entrar en la cárcel, medida posteriormente anulada. «He sufrido mucho en mi vida personal, profesional y familiar, y en mi prestigio, que lo tenía», se quejó Blesa. Después vendrían las black, la publicación de sus mails privados, los papeles de Panamá,...

Sus cuentas estaban embargadas y Blesa se lamentaba de no tener dinero y de tener que hacer él mismo las «labores domésticas». Según su entorno, en los últimos tiempos no se le veía deprimido. Sí preocupado por la batalla judicial en que estaba inmerso, pero tenía «serias esperanzas». Había perdido trato con buena parte de sus antiguos contactos en el PP y en el mundo económico y dedicaba la mayor parte del tiempo a sus aficiones (fotografía, caza y jardinería) y a la familia (su única hija le hizo abuelo en 2012 y se había casado con Gema Gámez, exempleada de Caja Madrid, en el 2013).