A primera hora de la mañana de ayer, la tristeza se instaló entre las coquetas calles de El Palo, la populosa barriada de Málaga donde residen los padres de Julen. Las mujeres barrían las puertas de sus casas en completo silencio, sin la charla de otras mañanas. Ya sabían del hallazgo del cuerpo sin vida del niño, una noticia que se fue propagando por la barriada al oír los llantos de lamento de la abuela materna, a quien sobre las dos de la mañana le comunicaron el triste desenlace.

Fue una noche y un día extraño en el barrio, especialmente en el núcleo de Las Protegidas, la zona de casas de dos plantas, en colores vivos, donde reside la familia del menor. Llevaban 15 días pegados al televisor esperando alguna noticia del niño, al que todos conocían de jugar por las calles, casi siempre pegado a una pelota. La noche del viernes, cuando se informó de que los mineros rescatistas estaban a escasos centímetros de Julen, comenzó la vigilia más dura, a la espera de la confirmación.

«Escuché a la abuela llorando y gritando, y pensé que ya está, ya había terminado todo», dice desde la ventana de su casa Rosi. «Es una sensación de impotencia, angustia y consternación», relata mirando al improvisado altar que estos días se ha ido montando de forma espontánea en la plaza de El Llano, centro de reunión de los vecinos. Velas -al igual que en las calles de Totalán-, peluches, pancartas con alusiones al niño e incluso una bandera de Asturias en homenaje a los mineros de la Brigada de Rescate. «Era lo esperado, pero aun así…», dice sin poder terminar la frase. Desde una casa cercana, llegan los gritos desgarrados de una anciana, muy afectada: «Ya no vuela más, ay, mi Julen».

NOCHE DE DOLOR Y LÁGRIMAS / En la cercana frutería La Bomba, la simple mención del niño desata las lágrimas. «He pasado una noche muy mala, no puedo ni hablar», dice, rota, la dueña. A media mañana, los vecinos de las viviendas más cercanas a los Roselló improvisan su propia concentración en recuerdo de Julen, paralela a la «oficial» organizada por la asociación de vecinos de El Palo. En esta, con una nutrida representación de políticos locales, se lee un comunicado de apoyo a los padres, se guardan dos minutos de silencio y se sueltan globos blancos antes de que romper en aplausos. En El Llano, más humilde, recuerdan que es allí donde se han hecho las vigilias estos días, junto al corazón formado con velas donde jugaba Julen. «La tristeza se respiraba en el ambiente estas dos semanas, fíjate que ni se ponía la radio por las mañanas, como era lo normal», cuenta una joven de la edad de la madre de Julen, mientras distrae a su hijo.

Otras madres se devanan los sesos entre lágrimas intentando averiguar cómo le van a contar a sus propios hijos que Julen ya no volverá. La calle donde viven los padres del niño fallecido es una vía peatonal que desemboca justo en el tanatorio municipal donde horas después velarían a Julen. «Ya es casualidad, tener que pasar todos los días por el sitio que te recuerda a tu hijo muerto», se oye en la esquina. Durante la madrugada del sábado, una silenciosa comitiva fue tomando la calle en esa dirección, y a primera hora el pequeño recinto ya estaba abarrotado en espera de la familia y el féretro.

En uno de esos corrillos, unas señoras comentan en voz alta su deseo de que «ojalá, al menos haya muerto del golpe en la caída y no haya pasado horas vivo». «Qué pena más grande»», contesta otra antes de que el silencio se instale en el grupo.