LUGAR DE NACIMIENTO CORDOBA

EDAD 91 AÑOS

CARGOS PUBLICOS ANTERIORES ALCALDE DE CORDOBA Y PRESIDENTE DE LA DIPUTACION PROVINCIAL

Traspasar la verja de la casa de los Cruz Conde, ese palacio almagra de la calle Torres Cabrera cuyas alas se reparten las distintas ramas de tan ilustre familia, es sumergirse en un mundo almohadillado que todavía parece moverse a ritmo de vals, como una imagen sepia suspendida en el tiempo. Todo es discreta calma en este paraíso perdido y hallado en la historia; luces y sombras de muchas generaciones de un apellido que, de hacer caso a Pemán, hizo en Córdoba todo lo que a los Abderramanes les faltó por hacer. Quizá sea exagerado, pero lo cierto es que no hay cordobés agradecido que no mencione con respeto el nombre de Antonio Cruz Conde, el último superviviente de un linaje que durante siglos compaginó con destreza los asuntos privados y los públicos sin que unos y otros se contaminaran mutuamente, salvo del amor a esta tierra.

El mayordomo nos conduce a una salita forrada de maderas pintadas en la que destaca --entre libros, condecoraciones y una colección de las varas de mando que un día sujetaron en sus manos los alcaldes de la dinastía-- un Cristo de la Santa Faz firmado por Zurbarán. Minutos después, se oye crujir la escalinata próxima bajo los pasos doloridos de este hidalgo de triste figura, cuyos 91 años sostiene en vilo su esposa --una dama rubia y distinguida, 14 años más joven que él muy bien llevados-- hasta conducirlo a nuestro encuentro.

--No es nada corriente eso de salir a pasear y encontrarse media ciudad llena de calles con nombres de parientes de uno.

--Eso ha acrecentado mi cariño por Córdoba. No me parece importante. Pero bueno, aparte de la calle Cruz Conde, por mi tío Pepe, está la del abuelo Tomás Conde, y mi tío abuelo Conde y Luque. Y El Parque Cruz Conde...

--Ese será por usted, porque se hizo en su época, ¿no?

--Por la familia, fue por el apellido. Pero sí, es verdad que entonces en toda esa parte de la avenida de Vallellano, la del Alcázar y la del Corregidor no había nada. Escogimos ese sitio para el parque, al otro lado del puente que me tocó a mí inaugurar pero que era herencia de la gestión de mi padre y de mi hermano, porque por allí habían pasado todas las civilizaciones que han desfilado por la ciudad, y es... Lo siento, no ve viene ahora la palabra, me pasa a veces. Hay que ver cómo se van perdiendo las facultades con el tiempo.

--No se preocupe, que eso le pasa a cualquiera.

--Tiene razón mi mujer cuando me riñe por haber aceptado la entrevista. Me siento ridículo, porque me canso y toso mucho. Pero no quise desairarla. Y así me entretengo un rato. Pero si no te importa te voy a hablar de tú. Y tú a mi lo mismo.

--Se lo agradezco, pero me da apuro. Dígame, ¿está usted contento de haber vivido tanto?

--Sí, lo que pasa es que uno llega a esta edad bastante chocao . Pero sí, he sido muy feliz, aunque también ha habido años desagradables, de lucha.

--Usted es el séptimo, y último por ahora, de una saga que ocupó cargos públicos durante dos siglos.

--Sí, mi tatarabuelo, que está ahí retratado en la escalera, fue el primero. Pero el gran alcalde de Córdoba fue mi tío Pepe. Remodeló las Tendillas, que antes era una plaza pequeñita, con las mismas dimensiones que la plaza de la Opera de París. Decían que estaba loco porque quería abrir en el centro una calle larga y ancha. Cedió tontamente en lo de la anchura, pero consiguió su propósito de que llegara a los Tejares.

De pronto eleva en un gesto elegante el brazo izquierdo para mirar el reloj y, teniendo en cuenta el esfuerzo del anciano por hacer que la voz le salga del cuerpo para evaporarse en susurros ante el magnetófono, automáticamente me temo lo peor: primer aviso. "No, por Dios, no te preocupes, si estoy encantado --contesta a mi gesto apresurado con una sonrisa cortés--. Es que pensaba que tal vez os apeteciera tomar el té en el salón". Naturalmente aceptamos encantadas --aunque Lola Araque se acabara marchando antes de probarlo para hacer otras fotos--, porque hace una tarde enteramente inglesa, con el diluvio universal precipitándose sobre los ateridos árboles del jardín, y porque tan amable invitación nos ofrece la posibilidad de conocer nuevas dependencias del palacete. Así que levantamos el campo del despacho y, con ayuda del mayordomo, nos trasladamos con toda la impedimenta al segundo escenario de la entrevista: una estancia magníficamente presidida por el retrato que Madrazo hizo a la abuela de su esposa, hija menor del conde de Vallellano. Del padre heredó doña Guadalupe, además de nobleza, algunas de las muchas piezas de museo que amueblaban la vivienda de aquel ministro de Obras Públicas al que Córdoba dedicó una avenida. Ahora adornan esta casa con sabor a aristocracia multiplicada por dos.

--¿A qué se debe que a ningún Cruz Conde de las últimas generaciones le haya dado por la política?

--No, yo tengo seis hijos, cinco de ellos varones, pero a ninguno le ha tentado la política, como tampoco a los de mi hermano Alfonso, que en paz descanse. Quizá se deba a que nos han oído hablar mal del oficio. El cargo de alcalde es precioso, pero muy sacrificado si se lleva honestamente. Así como creo que se guarda un buen recuerdo mío y del apellido, ha habido épocas en que éste ha sufrido una persecución tremenda (...)

--Y habiendo sido usted un alcalde franquista, ¿tuvo problemas al llegar la democracia?

--No, en absoluto. Yo estoy agradecidísimo en ese sentido, creo que se nos recuerda con cariño. Y eso que antes de acometer una obra lo primero que buscábamos era el dinero entre la gente. Mi hermano Alfonso se atrevió a poner una contribución especial al cien por cien del presupuesto, y yo lo hice igual (...) Todo vecino tiene gran entusiasmo por colaborar, sólo hay que canalizar su participación.

--Siendo usted un caballero de fortuna, que no necesitaba en absoluto vivir de la política, ¿qué fue lo que le lanzó a ella?

--(...)Recuerdo que estaba en Montilla, porque yo llevaba los negocios bodegueros de mi padre. El me llamó por un lado y por otro Alfonso. Eso fue en el 51, y estuve once años en la Alcaldía y luego cinco en la Diputación. Dieciséis en total, que ya