Cansados, excesivamente abrigados para el calor de Córdoba y con pocas ganas de hablar más allá del educado saludo «ça va». La historia se repite en apenas unos días, esta vez con menos expectación mediática. La primera vez siempre es más noticia que la segunda y así sucesivamente. ¡Qué rápido nos acostumbramos al drama!

Salvo aquellos que soliciten asilo político por la situación de conflicto que se viva en su país, la mayoría de los que ayer durmieron en Vista Alegre comparten un destino común. Nada más llegar, recibieron de la Policía la orden de expulsión con su nombre, un papel que los sitúa al margen de la ley aunque esto no signifique su devolución al país de origen. En la mayoría de los casos, ni siquiera es posible porque no existe convenio de extradición vigente. Su paso por Córdoba será fugaz, como transitoria la condición de «acogidos» por alguna organización humanitaria, esa que les permite acceder a una atención especial. Tendrán que reponerse del viaje, del cansancio y del miedo a toda prisa. En 48 horas, no les quedará más remedio que montarse en un autobús dirección a la ciudad de España que elijan. Ese autobús parará en la estación Termini que les conducirá a su nueva vida. Allá donde bajen, les tocará buscarse la vida por su cuenta, con el poco o mucho dinero que hayan logrado traer desde casa y la ayuda de los familiares que encuentren en el camino, si es que les pueden ayudar. Pasarán a estar en situación irregular. Esa es la realidad, que nadie se lleve a engaño.