Tras la buena acogida de El caso Asunta (operación Nenúfar), el productor Ramón Campos (cofundador de Bambú) y el director Elías León Siminiani se adentraron en un proyecto aún más complejo, espinoso y ambicioso: una especie de crónica audiovisual definitiva del crimen de Alcácer, el caso más sonado de los 90, historia con lagunas y una herida sin cerrar en el que había sido un tranquilo pueblo valenciano. Todo -víctimas, acusados, conspiración- volverá seguramente a la conversación general con el estreno hoy en Netflix de los cinco episodios de El caso Alcácer.

El asesinato de Míriam, Toñi y Desirée sacudió los cimientos de la sociedad española, como recordó Siminiani en el DocsBarcelona, donde se presentó la serie: «Era el primer triple crimen con perfil sexual y de tortura en la historia de este país». También desestabilizó los cimientos de unos medios de comunicación que, recién comenzada la gran batalla por las audiencias, no quisieron o no supieron frenar la escalada morbosa de unas retransmisiones que acosaron a familiares en pleno duelo. «El tratamiento mediático es un eje que recorre toda la serie -explica Siminiani-.

La ficción sucede en dos tiempos: 1992, cuando se produjo el crimen, y después, 1997, con el juicio -del que han logrado material inédito-, su cobertura y todo lo que generó. Era la primera vez que en España se producía el llamado juicio paralelo. Todo eso es tanto o más importante que el propio crimen».

En su intento de dar con la verdad, o, como mínimo, disponer todos los elementos ante el espectador y que este se forme un criterio, los creadores han contado con la ayuda de mucha gente implicada, desde familiares de las víctimas a criminólogos, acusados (el famoso Juan Ignacio Blanco), forenses, abogados… «Gente que ha vivido el caso de alguna manera -cuenta Campos-. No nos interesaban los expertos, gente que opinara sin haber visto toda la información o haber estado allí». Como la memoria no es objetiva y han pasado casi 30 años, las versiones pueden diferir. El paso del tiempo se convirtió, dice Siminiani, en un elemento esencial, a un nivel casi «ontológico, filosófico».

Se contactó y habló con 160 personas, de las que se grabó a 58. Olga Viza y Nieves Herrero, que informaron (es un decir) sobre el caso para A-3, declinaron hablar. Pepe Navarro tampoco quiso ser grabado, pero facilitó todas las imágenes de Esta noche cruzamos el Mississippi que hacían falta. Paco Lobatón, antiguo presentador de Quién sabe dónde, sí que aceptó ser grabado, y aprovechó para entonar un loable mea culpa por las líneas morales cruzadas en su programa.

SIN ESCABROSIDAD / ¿Qué prevenciones tomaron los autores de la serie para no adentrarse, ellos mismos, en la escabrosidad gratuita y el efectismo? «Tengo una especie de norma -explica Ramón Campos-. Solo quiero que en el futuro, mis hijas mellizas, que ahora tienen ocho años, no puedan echarme nada en cara. Con esa premisa es muy difícil equivocarse». De ahí que El caso Alcácer apenas contenga reconstrucciones (y ninguna con actores) ni imágenes de los cadáveres (salvo el puño de Toñi, avistado por dos apicultores).

Siminiani y Campos aparecen, pero no para hacer comentarios del estilo «sería absurdo preguntarle cómo se siente». Personalizan el camino para crear una experiencia intensa, que «se amplía a aspectos más desconocidos, como la investigación».