Si nada ni nadie lo impide, Madonna actuará mañana en la media parte de la final de Eurovisión 2019. Será la cuarta vez que cante en Israel, pero la primera vez que lo hace en la cita eurovisiva. La expectación, y el secretismo, son enormes. La cantante está ensayando su show a puerta cerrada porque quiere sorprender de nuevo a una audiencia multimillonaria, igual que hizo en los premios Billboard montando su número eroticofestivo junto con Maluma. La italoamericana ha dado de todas formas alguna pista al publicar en su Instragram varias imágenes de los preparativos: lucirá un corpiño a lo Juana de Arco diseñado por su amigo Jean Paul Gaultier. El mensaje es claro: ella es incombustible.

La artista, de 60 años, quiere presentar ante los eurofans y el mundo una canción de su nuevo disco, Madame X, ¿será Crave (Pedir)? O quizá recuerde su polémico en su día Like a player, convertido ya en una pieza vintage, aunque con Israel nunca se sabe.

Madonna no estará sola en el escenario del centro de convenciones de Tel Aviv. Se ha rodeado de todo un ejército para brillar como ella solo sabe: 40 coristas, 25 bailarines y el rapero KoVu.

La artista ha echo oídos sordos a las llamadas al boicot. «Nunca dejaré de tocar mi música para complacer la agenda política de otro, así como nunca pararé de hablar contra las violaciones de los derechos humanos sin importar en qué lugar del mundo ocurran», aseguró en un comunicado la cantante ante las voces de artistas internacionales, entre ellos el músico Peter Gabriel y el cineasta Ken Loach que denunciaron «la violación sistemática de los derechos de los palestinos por parte de Israel» y pidieron el boicot.

Su alto caché ha sido el gran problema desde el principio ya que el gasto de su actuación se había elevado de 500.000 a un millón de dólares, cifra que la organización no estaba dispuesta a desembolsar y que sí ha asumido un magnate judío.

Madonna, todo una defensora de los derechos Lgtbi, aterrizó en Tel Aviv la noche del martes a bordo de un avión privado, propiedad del multimillonario judío Sylvan Adams, el filántropo de origen canadiense afincado desde el 2015 en Israel y forofo del ciclismo. Él es quien paga a la artista: exactamente 1,25 millones de dólares, (1,1 millones de euros). Esa cantidad incluye también a todo el séquito que la acompaña -más de un centenar de personas- y que han ocupado la quinta planta de un exclusivo hotel de Tel Aviv.