La periodista y presentadora de La mañana de La 1 ha revisado viejos archivos y hablado con veteranos de TVE para escribir Historias de la tele (Aguilar), un libro repleto de datos y anécdotas sobre una caja tonta que hace 40 años parecía más lista que la de ahora.

-Si le pregunto la audiencia que hizo ayer su programa, ¿sabría darme la cifra?

-Sí, un 9,7, que no está nada mal, pero le advierto que no vivo enganchada a ese dato. Si un día hacemos un 12, no pienso que el programa haya sido mucho mejor que otro que solo haya atraído al 8% de la audiencia. Lo que me preocupa es acabar esas dos horas de directo con la sensación de haber hecho un buen producto, y esa sensación sí suelo tenerla.

-Entonces ¿no tiene pesadillas con Ana Rosa Quintana y Susanna Griso peleando con usted por un trozo de tarta?

-[risas] No, al contrario, me llevo muy bien con las dos. Ambas hacen muy bien su trabajo y están muy fuertes, pero creo que cada una tenemos nuestro público y nuestro trozo de tarta. Mi objetivo es crecer en audiencia al final de la temporada, y este año vamos bien. La tendencia es más importante que subir o bajar un punto un día, pero tengo presente que la audiencia, cuando te abandona, es difícil recuperarla.

-Por otro lado, Tele 5 y Antena 3 son cadenas privadas. ¿A una tele pública hay que exigirle algo más aparte de un determinado índice de audiencia?

-Sí, sin duda. Televisión Española ya no es como antes; ahora la cadena la forman muchos canales y la oferta es muy variada. La 1 es nuestra opción generalista, la que compite con las privadas, pero mi concepto de lo que debe ser una tele pública se parece más a lo que ofrece La 2.

-Sobre los medios públicos pende siempre la sombra de la manipulación política. ¿Cómo convive con esa sospecha?

-Esta es una cuenta pendiente de todas las cadenas públicas, tanto la estatal como las autonómicas, que siempre han acabado convertidas en el juguete político del Gobierno de turno. Y no debería ser así, nuestra función no es esa. Por eso, los profesionales que trabajamos en estos medios debemos dar la batalla de la despolitización.

-¿Y lo hacen?

-Por lo que respecta a la cadena donde trabajo, ahora mismo hay un acuerdo para corregir ese problema. Espero que llegue a buen puerto y se aplique. Porque, además, es posible. Yo viví la época en la que la tele pública funcionaba al margen del poder político y se notó, ya lo creo que se notó. Y el público también lo notó. Ojalá podamos volver pronto a ese modelo.

-¿Ha sentido la censura?

-No, jamás, y lo digo de verdad. En mi día a día nunca nadie me ha pedido que dijera tal cosa o callara tal otra. Ni antes ni ahora. A mí me han dejado trabajar todos. Pero hay compañeros de Informativos que sí lo han sufrido y lo han denunciado en el Consejo de Informativos de la cadena. No es mi caso.

-La censura tiene muchos rostros, la más sutil es la autocensura. ¿Se ha visto en esa situación en alguna ocasión?

-Cuando me puse al frente de Los desayunos, el trabajo más político que he tenido, desde el minuto uno fui consciente de que cada cosa que preguntara o dejara de preguntar iba a ser objeto de crítica. Frente a esto, mi norma ha sido preguntar siempre lo que considerara que era noticiable, aunque incomodara al entrevistado. Sigo pensando así. Sin perder la educación, el periodista debe preguntar siempre lo que cree que se debe saber.

-¿Cómo sería su programa ideal?

-Me encantaría hacer un late night de entrevistas. Me encantó lo que hizo Alaska con Santiago Segura y me chifla lo que hace Andreu Buenafuente, aunque no soy humorista. Después de haber hecho debates, entrevistas, informativos y directos, creo que lo que más me llena es la charla. En la tele se ha perdido el placer de la conversación y el gusto de oír hablar a gente que tiene cosas que contar, sean conocidos o no. Ojalá se recupere, y que yo pueda presentarlo.