Roberto Leal (Sevilla, 1979) lleva a sus espaldas 17 años de televisión. Ahora se ha embarcado en otra edición de OT y está feliz. Lo suyo, demostrado está, es el directo: en él se mueve sin perder ni un ápice de naturalidad.

-¿Este año el reto es mayor: hacer olvidar a los chicos de ‘OT 2017’?

-Sin duda. Jugamos con el recuerdo tan presente aún de una edición exitosa en la que todos hablábamos de magia. Porque nos salió una gran edición. Pero, ahora, cada semana salimos a jugar y a pelear, porque este es un formato de largo recorrido. No nos podemos confiar, porque nadie nos ha regalado nada.

-¿Los concursantes de esta edición tienen quizá menos frescura y saben que deben ser graciosos?

-Aún es pronto para juzgarlos. Está claro que muchos ya saben lo que es OT porque lo vieron el año pasado. Los del 2017 también lo sabían, pero les quedaba más lejos. Aunque algunos de esta dicen que no habían visto el concurso el año pasado. No sé si tienen el discurso aprendido, si actúan... Pero cuando uno entra en un lugar cerrado, acaba olvidando la cámara. Lo que pasa es que hay cuatro perfiles muy bromistas. Aunque si les han seleccionado entre 16.000 es que son buenos en la música. Para hacer bromas ya me tienen a mí.

-Está como niño con plató nuevo. Pero casi 1.000 personas son difíciles de controlar. Este año se está poniendo más ‘Rottenmeier’...

-El público ya conoce a los chicos y se ha enamorado de uno u otro, con lo que las emociones están servidas. Y está bien, ya que este programa también es eso. Lo que pasa es que en el plató se viven las cosas de forma diferente. Si la gente grita, no se oye: ni los concursantes a mí ni yo a ellos. Y tampoco el jurado. Aunque la gente en Twitter me dice: «Roberto, en casa se oye perfectamente». Tengo que aprender a gestionar eso.

-¿En ‘Operación Triunfo’ está haciendo usted un máster en improvisación?

-Pero eso no lo he aprendido aquí. Llevo 17 años en la tele y ocho como reportero ligado a España directo. A mis alumnos les digo que cuando pasa algo así, hay que normalizarlo. No puedes estar diciendo todo el tiempo: «Perdón, tenemos un problema. Vamos a solucionarlo». Porque eso te pone nervioso a ti, a los espectadores y a los compañeros que están arreglándolo.

-¿Sus alumnos? ¿De qué da clases?

-Doy dos o tres posgrados o másteres al año en universidades privadas. Cursos de tres o cuatro semanas de ponerte delante de la cámara y perderle miedo al directo. Tengo muchos chavales a los que les aconsejo ser ellos mismos y no intentar engañarse, porque la gente no se lo compra.

-Alguna vez ha pensado durante un directo: «¿qué hago yo aquí?»

-Nunca. Yo sigo viviendo esto como un regalo. En mi vida profesional es lo más grande que me ha pasado. En ningún momento he dicho: «¡Tierra trágame!». Ojalá esto dure muchos años. Aunque, desde que ha nacido mi hija, intento vivir el día. Y no es una frase de Pablo Coelho. No, jamás lo he dicho. Eso solo me pasa cuando corro los maratones, que pienso: ¡quién me habrá mandado a mí meterme en esto!

-¿Y cómo lleva salir en las revistas?

-A eso no me acostumbro. No porque me incomode realmente, porque yo tengo poco que contar más allá de mi familia, sino porque me asusta. Una vez me encontré con un hombre en la estación de Santa Justa escondido detrás de un árbol. Pero como era un poquito más grueso que el árbol, se le veía la barriguita. Y entonces le dije: «¡Oye, que yo me hago la foto!». Aunque sí que me he visto en alguna postura en la playa, que dices: yo, que he estado cuidándome tanto y salgo con barriguita.