Javier Olivares (Madrid, 1958), el alma de El Ministerio del Tiempo, es una rara avis en la ficción de este país. Por la originalidad del planteamiento y ese juego de pasadizos por la historia de España que él maneja tan bien. Y por la añoranza de su hermano Pablo, con quien ideó hace años el serial y cuyo fallecimiento en el 2014 le lleva a vivir cada episodio como un homenaje al ausente.

—Han pasado dos años y medio desde que la serie se despidió de la pantalla. ¿Por qué tanto tiempo?

—Podría haber sido más, o menos, o podríamos no haber vuelto nunca. Yo siempre me planteo mi trabajo como el bolero Bésame como si fuera la última vez. Cuando hago una temporada, pienso que no habrá más. Nunca se me ha ocurrido meter un cliffhanger (final en suspenso) en el último capítulo para enganchar con la siguiente entrega, siempre cierro las historias. Lo hice en el final de la tercera temporada y he vuelto a hacerlo en la cuarta.

—Cuando le dijeron que ‘El Ministerio…’ debía volver, ¿qué pensó usted?

—Que habíamos dejado el listón muy alto y no podíamos decepcionar al público. Por eso, en esta temporada hemos querido volver al origen, a los primeros capítulos, y hacer un Ministerio clasic. El motor de esta serie son los recuerdos y en esta nueva entrega los personajes se vinculan constantemente con todo lo que vivieron hace años. La vuelta de Rodolfo tiene mucho que ver con esto. Es una temporada pensada para los aficionados.

—Los hay muy frikis de ‘El Ministerio…’.

—Y me parece estupendo. Hay que reivindicar al friki, al que se apasiona con algo. Los que trabajamos en esta serie somos aún más frikis que nuestros seguidores. Yo también lo soy, aunque en mi caso hay factores personales. Para mí, seguir con El Ministerio… significa prolongar en el tiempo la memoria de mi hermano Pablo. En todos los capítulos le brindo pequeños homenajes que solo yo conozco.

—Cuatro temporadas después, ¿tiene claro por qué ‘El Ministerio…’ engancha tanto?

—Es curioso, porque nunca hemos hecho grandes audiencias, pero formamos parte del lenguaje popular, aparecemos en editoriales de periódicos y en discursos políticos, somos un referente cultural. Cuando alguien logra eso, es que ha tocado la fibra de la gente. ¿Cuál es el secreto? Eso siempre será un misterio.

—¿Qué parte del atractivo corresponde a los viajes en la historia?

—Ojo: esta no es una serie histórica. Los capítulos giran en torno a personajes del pasado y todo lo que contamos sobre ellos está documentado, pero el interés del público no se mantendría si nuestros personajes no fueran tan protagonistas como los históricos. Esta es una serie de aventuras, no de historia. Si no, sería un documental.

—Trastocar la historia genera controversias, como habrá observado.

—Pero tampoco hay que preocuparse en exceso por eso. Para mucha gente, El Ministerio… es una serie de izquierdas y para otros es conservadora. Eso significa que lo estamos haciendo bien. Nuestra misión es contar historias y hacer que el público entienda de dónde venimos. A partir de ahí, que cada uno se forme su propia opinión. No me gusta imponer, pero tampoco limitarme a entretener. Si le digo la verdad, a mí no me importa la serie. Lo que me importa es que la gente recuerde lo que sintió cuando la vio.

—¿Se atreve a poner ‘El Ministerio…’ en el contexto de la ficción televisiva española?

—Tengo claro que no podemos competir con Cuéntame…, que para mí es la mejor serie que se ha hecho en este país desde la aparición de las cadenas privadas, ni mucho menos con los clásicos: Anillos de oro, Curro Jiménez, Brigada central… Aquel fue el mejor momento de la ficción española.

—En la segunda temporada, ‘El Ministerio…’ viajó a la gripe española de 1918. ¿Ha pensado en aquel episodio estos días de pandemia?

—Sí, y es inevitable pensar en lo cíclica que es la vida, a pesar de lo que a veces creemos ingenuamente. Lo escalofriante de aquel capítulo, que rodamos en el 2016, es que la puerta para solucionar la trama la situamos en el 2020. Fue premonitorio.