Se ha convertido en una de las series más comentadas de este atípico verano pandémico. Se trata de El colapso, una producción francesa del 2019 que ha recuperado la plataforma Filmin y que adquiere una nueva dimensión, para algunos profética, en medio del panorama que estamos viviendo.

En ella asistimos al fin de la civilización tal y como la conocemos. La crisis energética da lugar a la falta de suministros y toda la cadena sobre la que se sustenta el sistema deja de funcionar. No hay alimentos en los supermercados, ni gasolina en las estaciones de servicio, se provoca un éxodo masivo de las ciudades, los ricos intentan escapar a paraísos exclusivos, mientras que el grueso de la población practica el sálvese quien pueda.

El caos y la violencia, el sinsentido y la desesperación se apoderan de todo y el espíritu de supervivencia individual se impone frente a la solidaridad colectiva. El miedo y la desesperación conducen a una exaltación de lo peor del ser humano, con todas sus miserias puestas en evidencia. En definitiva, un espectáculo apocalíptico de primer orden que resulta incómodo de ver ya que nos enfrenta a nuestros propios miedos en un momento en el que el mundo que conocemos parece descomponerse día a día frente a nuestros ojos, convocando la paranoia, el estrés y la angustia.

Los responsables de este experimento pesadillesco se agrupan alrededor del colectivo Les Parasites, compuesto por Bastien Ughetto, Guillaume Desjardins y Jérémy Bernard. Se conocieron en la Escuela Internacional de Creación Audiovisual y comenzaron a realizar cortometrajes distribuidos gratuitamente por YouTube.

En sus trabajos ya incluían algunas ideas de los movimientos alternativos ecologistas y pacifistas de su país, así que era cuestión de tiempo que se toparan con las teorías de la colapsología, surgida también en Francia y que promulga el fin de la sociedad industrial tras la explotación indiscriminada de los recursos que llegan inevitablemente a su fin. La unión de diferentes crisis imbricadas entre sí, medioambiental, geopolítica, económica, nuclear y biológica (que incluye las pandemias), daría lugar a la hecatombe.

Uno de los aspectos más llamativos, y también más controvertidos de El colapso (por su carácter impostado) es que cada capítulo está rodado en un plano secuencia. La cámara sigue a los personajes de cada fragmento en su particular descenso a los infiernos e imprime inmediatez, frenesí y urgencia a las acciones, apostando por un hiperrealismo descarnado. La técnica alcanza su cénit en el capítulo titulado La isla , en el que una mujer navega con su barco en busca de un área restringida para multimillonarios donde se supone estará a salvo. Las distopías se han convertido en los últimos tiempos en un arma de reflexión política. La causa de la destrucción del planeta ya no proviene de un meteorito, sino que es el propio hombre el único responsable.

El colapso podría inscribirse dentro del género de catástrofes en estado puro. No deja de tener un componente especulativo y una base un tanto tremendista e hiperbólica, pero en estos momentos de incertidumbre en el que hemos sido testigos en primera persona de la fragilidad de un sistema que no ha resultado tan fiable como esperábamos, su mensaje adquiere un tono revelador e inquietantemente cercano en el que la realidad y la ficción se funden.