Pasmo, como poco, es lo que causaron los minutos finales del último episodio de El Ministerio del Tiempo, como si de repente y fuera de guion hubiera irrumpido en el rodaje el De Lorean de Marty McFly o, algo que algunos sugirieron erróneamente de inmediato en las redes sociales ministéricas, la mismísima nave extraterrestre Tardis de Doctor Who, faro británico de la ciencia ficción televisiva.

A la espera de que en el próximo episodio de mañana prosigan las aventuras de los personajes de la serie, un nombre difícil de pronunciar la primera vez que se intenta se ha hecho popular en menos de una semana, el Anacronópete, la imaginada máquina del tiempo inventada por un supuesto ricachón zaragozano en 1881, don Sindulfo García, con zarzuelescas intenciones, pues su meta real no era viajar por el tiempo en busca de conocimiento, sino recalar en alguna época en que no estuviera mal visto que se casara con su sobrina. El Anacronópete, libro resucitado por una entusiasta editorial valenciana y ahora lanzado a la fama definitiva gracias a la exitosa serie de RTVE, es, así lo reconoce la propia British Library, la primera novela de la literatura universal en la que aparece una máquina del tiempo, una decena de años antes, que no es poco, que H.G. Wells publicara su célebre versión del tema.

UN AUTOR DE ZARZUELAS / El autor de El Anacronópete fue Enrique Gaspar Rimbau (1842-1902), diplomático de carrera, pero entusiasta, sobre todo, de las artes teatrales. Fue un prolífico autor de zarzuelas y otras obras de enredo que, según explica el gasparólogo Andrés Massa (pieza fundamental en la recuperación de El Anacronópete como luego se contará) sufrió un ataque de sana envidia cuando vio que La vuelta al mundo en 80 días, de Julio Verne, fue llevada a escena como un musical sin escatimar en medios (ante el público aparecían incluso elefantes) y cosechó un éxito monumental.

Claro, las aventuras de Phileas Fogg y su mayordomo Passepartout propiciaban unos espectaculares cambios de escenario (Suez, Bombay, Hong Kong, Yokohama, San Francisco…) y como la idea ya estaba cogida por Verne, Gaspar recicló la fórmula pero con viajes en el tiempo, para que sus protagonistas escaparan a balazos de ser devorados por los leones en el circo de Pompeya antes de la erupción del Vesubio o para que pudieran visitar a Isabel I de Castilla y decirle que ese tal Cristóbal Colón era un tipo de fiar.

Enrique Gaspar era un hombre de mundo. Trabó amistad durante su etapa en Francia con Camille Flammarion, algo así como el Carl Sagan de la época, y de una de sus obras, Lumen, sacó esa idea de viajar por el tiempo, pero no como un espíritu o en ensoñaciones, sino comme il faut a finales del siglo XIX, con una máquina voladora y con electricidad. Tiene su mérito. La bombilla acababa de nacer, pero los hermanos Wright aún no había llevado a cabo su primer y algo gallináceo vuelo.

viaje por el calendario / El anacronópete era, según se mire, inconcebible en su época. Funcionaba, según explicaba don Sindulfo en el libro, porque volaba a velocidades más que supersónicas hacia el este, de modo que en un día de viaje retrocedía 480 años en el tiempo. Era un desafío a las leyes de la física para el que era necesario tomar precauciones, como tomar previamente un sorbo del llamado fluido García, que evitaba rejuvenecer o envejecer según si se iba adelante o atrás en el calendario.

El autor pretendía que El Anacronópete se estrenara en 1881 como una zarzuela en tres actos, pero nadie se atrevió con tamaña aventura, por cara. Si algún dramaturgo se anima, el libreto original se conserva en la Biblioteca Nacional. El caso es que Gaspar, no conforme, recicló el texto y lo publicó en 1887 como una novela a través de una editorial barcelonesa, Artes y Letras, y es en la lectura de esta versión definitiva cuando se atisba que, poco o mucho, comenzó a tomar conciencia de lo que había alumbrado. El concepto de la paradoja temporal, es decir, el peligro de alterar el pasado y sus consecuencias en el presente, aparece claramente planteado en el libro. La repera.

El genio británico H.G.Wells publicó La máquina del tiempo en 1895, pero, lo que son las cosas, ni siquiera describía en sus páginas el aspecto real de su invento (la imagen más conocida se la proporcionó maravillosamente George Pal en la película de 1960 El tiempo en sus manos). Gaspar no escatimó páginas para detallar ese prodigio mecánico, pero en la España en la que 20 años más tarde se popularizaría el unamuniano «que inventen ellos», el anacrónopete no pasó de ser descrito en la prensa como «una máquina pintoresca». La máquina del tiempo era más española que la tortilla de patatas. Quién lo iba a decir.