En su primera temporada, Dirty John fue imposible de consumir de forma espaciada y paciente: lo que había sido sugestivo podcast fue adictiva serie, en gran parte gracias a la labor de Connie Britton como diseñadora de interiores en busca de amor y Eric Bana como timador dispuesto a aprovecharse de ella.

Su éxito propició una segunda temporada (Netflix) en la que, inevitablemente, se cuenta otra historia, y en la que no aparece nadie llamado John. En un principio, estos nuevos episodios debían contar la historia de Nanette Johnson, quien convenció a su amante, exjugador de fútbol americano, para matar al que era su novio oficial por entonces, el creador de los tratamientos de plasma.

Pero finalmente se optó por abordar el caso de Betty Broderick, ama de casa de la alta sociedad californiana de los 80, madre de dos hijos y dos hijas, que mató a su exmarido y la segunda esposa de este mientras dormían. Un affaire que dio pie a ríos de tinta (amarilla) y a un telefilme en dos partes.

La serie arranca en 1986, con Betty (excelente Amanda Peet) y su ya casi exmarido Dan (Christian Slater) ya separados y tratando de dirimir con sus abogados qué hacer con el hogar familiar. Los problemas de comunicación parecen insalvables, lo que lleva a Dan, graduado en medicina, pero también exitoso abogado, a servirse de argucias legales para vender la casa sin consentimiento de su esposa. Ella responde de forma contundente: embistiendo con su coche la puerta de casa de Dan, quien aprovecha sus credenciales para sugerir que la ingresen en un hospital psiquiátrico.

Cuando Betty empieza a dar su versión a su psiquiatra, el relato se afianza en una narrativa no lineal, en el constante ir y venir entre tiempos, a veces no tan justificado ni fluido como sería deseable. La acción alterna entre el antes y el después del asesinato, y en el segundo episodio descubrimos la adolescencia y primera juventud de Betty, épocas en las que se vio ahogada por las normas sociales. De ella no se esperaba tanto una gran vida profesional como que fuera la perfecta madre. Mientras Dan pasaba de carrera en carrera, Betty mantenía la economía de una familia que crecía y crecía.

«No teníamos nada, pero éramos jóvenes, listos y ambiciosos», dice a su psiquiatra. «Dan era tan listo. Yo también era lista y era guapa, y divertida. Pero era una buena chica. Seguía la tradición».

Dan no siguió la tradición tan a rajatabla, pero Alexandra Cunningham, creadora de la serie, no lo convierte en el malo de la historia, ni tampoco hace de Betty una santa: incluso antes de los asesinatos, había hecho cosas sádicas. Si en la primera temporada de Dirty John había un claro villano, aquí hay un par de ellos, pero tampoco tan claros, sino con momentos de humanidad en los que no cuesta reconocerse. La serie es imperfecta pero turbadora.