Tener espacios verdes cerca de la vivienda y aprovecharlos -es decir, jugar y correr en ellos con cierta asiduidad- favorece la capacidad de concentración de los niños, según muestra un estudio elaborado por investigadores del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal). Aunque los beneficios de vivir cerca de zonas verdes son ya conocidos, especialmente en aspectos como la salud pulmonar, nunca se había analizado sus efectos sobre el funcionamiento del cerebro en la población infantil.

El estudio del ISGlobal, centro impulsado por la Fundación La Caixa, se elaboró a partir del análisis de una nutrida cohorte de 1.500 niños vecinos de Sabadell y Valencia, de ambos sexos, con edades comprendidas entre 0 y 7 años y de entornos socieconómicos muy variados. El trabajo se enmarca en un proyecto denominado INMA (Infancia y Medio Ambiente) que hace un seguimiento de la salud de unos 3.800 niños desde el nacimiento hasta la juventud. La determinación del grado de verde urbano se ha realizado mediante imágenes satelitales.

Los detalles de la investigación se han publicado en la revista científica Environment Health Perspectives.

Para estudiar algo que parece tan subjetivo como la capacidad de atención hay diversos tests validados internacionalmente que evitan sesgos como la capacidad propia de cada niño. Payam Dadvand, investigador del ISGlobal y primer autor del trabajo, explica por ejemplo que en la prueba para siete años se les coloca una pantalla de ordenador en la que aparecen peces cuyas miradas se dirigen aleatoriamente hacia a la izquierda o la derecha. Los niños han de marcar uno u otro en función de lo que se les pide. Para los más pequeños, lo que deben hacer es apretar el ratón cuando aparece en la pantalla una estrella y no cualquier otra figura. «Lo que medimos no es tanto la cantidad de aciertos y la rapidez, que cambia según la capacidad de las diversas personas, sino la variabilidad, la constancia, que se produce entre los mismos niños fruto de una mayor o menor atención», resume Dadvand.

Un estudio anterior de ISGlobal ya indicaba que los espacios verdes dentro y alrededor de las escuelas podrían mejorar el desarrollo cognitivo. La nueva investigación se opuso ampliar el foco y estudiar el impacto de los espacios verdes de alrededor de las viviendas.

El equipo de ISGlobal analizó la cercanía residencial a espacios verdes -al menos 5.000 metros cuadrados y en una distancia máxima de 300 metros- y el uso que hacían de ellos en el momento del nacimiento, a los 4-5 años y a los 7. Luego se realizaron dos tipos de test de evaluación de la capacidad de atención a los 4-5 y a los 7 años.

Los mecanismos del proceso

Las conclusiones mostraron que los niños que tenían una exposición continuada mayor a espacios verdes alrededor de sus viviendas presentaban mejores resultados en las pruebas. Aunque no se conocen los mecanismos exactos, la explicación de por qué sucede eso es posiblemente multifactorial, considera Dadvand. Por una parte, explica el coordinador del estudio, parece ser que disfrutar de los parques «ayuda a los niños a tomar más riesgos, a experimentar más con los límites físicos», además de fomentar la interacción y los vínculos sociales. Además, la vegetación reduce también la exposición a contaminantes del aire, amortigua los efectos del ruido e suele incrementar la actividad física, dice Davdand. Finalmente, no es descabellado pensar que también podría influir en la calidad de la microbiota intestinal.

En cierta manera, concluye el investigador, los espacios verdes funcionan «como restauradores de la capacidad de atención». «Esta investigación demuestra la importancia de las zonas verdes en las ciudades para la salud y el desarrollo del cerebro infantil».

Jordi Sunyer, jefe del programa de Salud Infantil de ISGlobal, apunta que «la posibilidad de que la exposición a diferentes tipos de vegetación tenga diferentes impactos en el desarrollo neurológico sigue siendo una pregunta abierta para futuros estudios».