Se llamaba Maia, tenía 2 años y fue asesinada con un arma blanca este pasado domingo en la localidad valenciana de Alzira por su padre, según confesó él mismo. Ayer por la mañana, en los alrededores del número 12 de la calle Pare Castell de este municipio, donde se produjo el trágico suceso, amigos y familiares de la madre de la menor no encontraban explicación a semejante atrocidad. La crueldad era tal que les resultaba inconcebible que hubiera sucedido realmente. Pero la fría estadística demuestra que se trata de un acto más común de lo que parece.

De confirmarse, como apuntan todos los indicios, que se trata de un caso de violencia machista, Maia sería el octavo menor asesinado en lo que llevamos de 2017 en España en estas circunstancias. Todos ellos tenían menos de 12 años, lo que añade un dramático plus de vulnerabilidad a su condición de víctimas colaterales de una lacra que este año ya ha costado la vida a, como mínimo, 43 mujeres y que, conjuntamente, supera ya el medio centenar de muertos a falta de un mes y medio para que se cierre el registro anual.

Los más cercanos a Victorita, la madre de la niña asesinada, no tienen duda de que se trata de violencia machista. El hombre habría acabado con la vida de su hija como respuesta a una petición de divorcio. Una compañera de trabajo del almacén de kakis en el que trabajaba la madre explicó que, a finales de septiembre, la mujer les había contado que estaban en proceso de separación y que si no se había ido del piso que compartía con el padre de Maia es porque no tenía recursos suficientes como para independizarse. Vivían bajo el mismo techo, pero ya no como pareja.

Compañeros del agresor le definen como un hombre serio, muy celoso y con dificultad para controlar la ira. En la reciente campaña de la vendimia habría amenazado a otro trabajador con un cuchillo. No obstante, el delegado de Gobierno aseguró que no había denuncias previas de la mujer. Si, como apuntó una amiga, había salido de casa el domingo por la tarde precisamente para ponerla, no llegó a hacerlo. Tampoco parece que hubiera comentado ningún tipo de maltrato físico con sus allegados.

Mihail, que así se llama el homicida, sería además el séptimo asesino de estos ocho menores que es, además, su padre. Ese grado de parentesco hacía que el crimen fuera aún más increíble para los conmocionados vecinos. De hecho, la primera reacción de los testigos cuando el hombre dijo que acababa de acuchillar a su hija fue de incredulidad. «Llamad a la policía y que suban. Que me lleven», insistía él, pero no fue hasta que le vieron la sangre cuando empezaron a asimilar que podía ser verdad. El hecho de que amagara con saltar desde el balcón del segundo piso donde residían, para acabar descolgándose al primero y dejándose caer sobre un coche aparcado en la acera, hizo todo aún más raro. Ese balcón fue uno de los escenarios examinados por la policía científica, que acompañó a la jueza de guardia y al propio agresor en su regreso al lugar del crimen ayer por la mañana.

Se trata ya del año más negro desde que en el 2013 empezaron a contabilizarse las muertes de menores como víctimas colaterales de la violencia machista. Ese primer ejercicio tenía hasta ahora el triste récord de asesinados, con un total de seis muertos. En este último lustro ya habría un total de 23 menores asesinados, aunque las víctimas serían muchas más.