La ingeniería genética ha llegado a una precisión sin precedentes, pero plantea grandes dilemas éticos: alterar el ADN implica ‘trastear’ con el mecanismo básico de la vida. Ahora, una nueva técnica promete obtener los mismos efectos de una modificación genética, pero de forma temporal y reversible.

El método, dado a conocer ayer en la revista Science, es una variante de la tecnología Crispr, una técnica que ha revolucionado la biología en los últimos años, porque permite modificar el ADN con extraordinaria precisión y bajo coste. Uno de los padres de Crispr, Feng Zhang, investigador del Instituto Broad (EEUU), ha creado la nueva técnica.

La diferencia principal es que en este caso el método no se aplica al ADN, sino al ARN. Las instrucciones de funcionamiento de un organismo, contenidas en los genes, se transcriben en la célula en los ARN, moléculas mensajeras que a su vez se usan para fabricar proteínas: estas últimas son las que realmente ejecutan las instrucciones. La técnica de Zhang deja intacto el ADN, mientras cambia su versión transcrita, el ARN: así, se modifican las funciones biológicas resultantes, sin tener que alterar los genes.

«El efecto es igual a corregir un gen, pero sin modificarlo», dice Lluís Montoliu, investigador del Centro Nacional de Biotecnología (CNB-CSIC) en Madrid y uno de los introductores del Crispr en España. «Si la técnica funciona, se podría alterar el ARN de un gen defectuoso que causa cáncer, por ejemplo. Cuando el tumor deja de progresar, se para la terapia. Se logra así el efecto deseado sin modificar el genoma de modo irreversible», añade.

DILEMAS ÉTICOS

Un inconveniente de cambiar el genoma es que se pueden causar mutaciones adicionales indeseadas. Los organismos con cambios erróneos se pueden eliminar cuando se está produciendo una planta transgénica o un ratón experimental, pero no cuando se trabaja con un paciente: esto plantea dilemas éticos en la aplicación de la terapia génica.

«Con el nuevo sistema, como no se toca el ADN, los problemas bioéticos desaparecerían», comenta Gemma Marfany, profesora de Genética y miembro del Observatorio de Bioética y Derecho de la Universidad de Barcelona. El asunto ético más sensible relacionado con el Crispr es su facilidad para modificar embriones, que se podría emplear para curar enfermedades, pero también para seleccionar rasgos socialmente deseables. «Si una enfermedad genética afecta un momento concreto del desarrollo del embrión, la nueva técnica se podría aplicar solo en esa fase, sin alterar el ADN», dice Marfany.

El corazón de la nueva técnica es el mismo del Crispr. En ambos casos, los científicos roban a las bacterias la maquinaria que estas emplean para defenderse de los virus, y la reciclan para alcanzar sus objetivos. Cuando las bacterias son invadidas por virus, usan una molécula (enzima Cas) que actúa como unas tijeras: corta el ADN del virus y lo desactiva.

La técnica Crispr original coge las tijeras Cas, las inserta en las células de un organismo que se quiere modificar, y las equipa con un sistema capaz de dirigirse a genes concretos, cortarlos y pegar genes modificados. Otras variantes de la técnica equipan el Cas con un sistema capaz de cambiar letras individuales del código genético (las cuatro moléculas o bases que forman el ADN): no se altera todo un gen, se edita su código letra por letra.

El equipo de Zhang ha hallado en las bacterias Prevotella (presentes en la flora oral y vaginal y en infecciones respiratorias) un tipo de Cas (13b) que permite hacer lo mismo con el ARN. Los investigadores han inactivado la capacidad del Cas13b de cortar, pero lo han equipado con una molécula (proteína ADAR2) capaz de modificar letras individuales del código del ARN.

«Hacía mucho tiempo que queríamos desarrollar una herramienta para modular con precisión el ARN. Cuando descubrimos que el sistema funcionaba, realmente nos emocionamos», relata Zhang. El sistema se llama Repair, las iniciales inglesas de edición del ARN por medio de reemplazo programado de la letra A por la letra I.