Los astrofísicos estamos de enhorabuena. El martes pasado, la Real Academia de Ciencias de Suecia concedió el Nobel de Física del 2011 a tres astrofísicos por "sus descubrimientos sobre la aceleración de la expansión del Universo a través de sus observaciones de supernovas muy distantes". Y no podemos decir que no lo esperábamos, dado que en nuestro mundillo se llevan escuchando estas campanas desde hace unos pocos años. En concreto, los científicos distinguidos son Saul Perlmutter (Universidad de California, Berkeley, EEUU), Adam Riess (Johns Hopkins University's Space Telescope Science Institute, EEUU) y Brian Schmidt (Australian National University, Australia). Ellos son los líderes de dos proyectos muy ambiciosos que se desarrollaron en la última década del siglo XX: el Proyecto de Cosmología por Supernovas del Lawrence Berkeley National Laboratory (dirigido por Perlmutter) y la Búsqueda de Supernovas a Alto Corrimiento al Rojo (coordinado por Schmidt y Riess). Ambas investigaciones analizaron, de forma independiente, una clase de explosión de supernova (supernovas del tipo Ia) localizadas en galaxias a distancias cosmológicas, esto es, a miles de millones de años luz de nosotros.

Las supernovas de tipo Ia son consecuencia de la explosión de una estrella enana blanca, que roba poco a poco el gas de una estrella compañera, hasta que el material se fusiona y hace saltar por los aires al sistema. Como la explosión se produce siempre bajo unas condiciones fijas, la energía que se libera es siempre la misma, por lo que su luz puede usarse como "calibrador de distancia". Tras detallados análisis, los dos grupos de investigación (que publicaron sus resultados de forma independiente en 1998) llegaron a la misma conclusión: las supernovas más lejanas eran mucho más débiles de lo esperado. Y, según se deriva de las observaciones, para que los modelos teóricos pudieran explicarlas debían introducir "algo nuevo" que causara que la expansión del Universo, que hasta entonces se pensaba que se iba frenando desde el Big Bang, se acelerase. Dicho de otro modo, que vivimos en un Universo de expansión acelerada. Esto conmocionó los pilares de nuestro (poco) entendimiento del Cosmos, siendo necesario invocar a "una cosa que no tenemos ni idea de lo que es" que denominamos Energía Oscura. Los modelos cosmológicos actuales que intentan reproducir la evolución del Cosmos sugieren que esa Energía Oscura representa el 73% del Universo. Del restante, sólo sabemos que alrededor del 4% es la materia que nos constituye (Materia Bariónica: protones, neutrones, electrones), mientras que el 23% es "otra forma de materia" que no emite nada de luz, y por eso se denomina como Materia Oscura. Esto es, la investigación astrofísica que ahora se premia con el Nobel de Física nos ha supuesto una revolución total de la comprensión del Universo.

A su vez, ha motivado la creación de nuevos proyectos de investigación para ir un paso más allá e intentar entender mejor a la Naturaleza. Muchas de estas iniciativas, aunque no parezcan que tienen utilidad práctica, repercuten enormemente en la sociedad que los financia. Y no ya porque los ganadores del Nobel se repartan a nivel personal más de 105.000 euros, sino en la tecnología y la cultura que se genera en el proceso. Y esto es lo bonito de la Ciencia: motiva, enseña, nos hace pensar, pero a la vez genera continuamente aplicaciones útiles a nuestra vida cotidiana, muchas de ellas sin esperarlas. Los ganadores del Nobel de Física de 2011 se merecen el premio por su constancia y dedicación observacional: los modelos físicos deben ser capaces de reproducir los datos observacionales. Mi más sincera enhorabuena a los tres por el reconocimiento internacional, especialmente a Brian Schmidt, astrofísico australiano y viticultor aficionado, al que tengo el honor de conocer personalmente desde hace varios años.

(*)El autor del artículo trabaja en el Australian Astronomical Observatory / Macquarie University, pertenece a la Agrupación Astronómica de Córdoba y colabora en el suplemento ZOCO de Diario CÓRDOBA.