La animalista es una sociedad endogámica. Su suerte es que en Netflix y Youtube está disponible y con fama creciente un catálogo cinematográfico y documental. Merece la pena citar tres ejemplos, en orden de soportabilidad, porque, quedan avisados de antemano, el último es pretendida y brutalmente perturbador, donde la tesis de partida sostiene que los animales son las otras naciones de la Tierra, con las que hay que aprender a convivir. La primera parada obligada de todo aquel que pretenda comprender las razones de los colectivos veganos y animalistas (que, como en los diagramas de Ben Euler, tienen grandes zonas comunes) es Okja, una aclamada película de ficción de apariencia dulce, casi infantil, que narra la relación de amistad entre una granjera de la Corea del Sur más rural con un superlechón, o sea, una modificación genética del cerdo convencional concebida para acabar con el hambre en el mundo. El corazón de este caramelo cinematográfico es, sin embargo, muy amargo. Los espectadores, de la mano de la trama, terminan de forma inesperada y dolorosa en el interior de un matadero.

En Cowspiracy, un documental que expone la principal prueba de cargo de los animalistas, es decir, que la ganadería intensiva está matando el planeta más que la contaminación de los combustibles fósiles.

Earthlings es un documental narrado con voz monocorde por Joaquin Phoenix y montado sobre todo a partir de escenas rodadas con cámara oculta, es un durísimo alegato animalista que detalla lo inconfesable de la industria avícola, porcina y vacuna, pero también cuán insana puede ser la relación entre humanos y el resto de animales en sectores como la industria peletera, las tiendas de animales domésticos y los circos.