El pasado 29 de septiembre, la vida de Natalia y Emilio cambió para siempre. Su hijo, Edgar, con solo tres meses y unos días, presentó fiebre muy alta. En cuanto en el hospital le hicieron las analíticas de rigor y la punción medular, descubrieron que tenía meningitis, causada por una bacteria, el meningococo B, que le causó una infección generalizada en la sangre, lo que se conoce como choque séptico. Natalia no sabía demasiado de meningitis antes de que naciera el pequeño Edgar. «Pensaba que era una enfermedad ya desaparecida», explica. Sin embargo, sí que tuvo una precaución que no tienen otros padres y no por eso son peores mamás y papás: nada más nacer su «peloncete», pidió al pediatra que le informara de todas las vacunas existentes, tanto financiadas de forma pública como fuera del calendario común. Dentro de este último grupo, el médico de Edgar le recomendó la vacuna contra el rotavirus, que causa gastroenteritis, y el Bexsero, que inmuniza frente al meningococo B. Por ese orden. Natalia le puso la primera y tenía previsto la administración de la segunda cuando Edgar enfermó. No tuvo tiempo. «Le quedaban cinco días para ponerle el Bexsero, porque me dijeron que tiene que pasar un mes entre una y otra», relata con rabia. Pese a sus precauciones, ha estado meses culpándose de su muerte, buscando dónde pudo estar el foco del contagio, pero es imposible saberlo. Edgar no estuvo en su corta vida en contacto con nadie que tuviera fiebre, pero pudo coger la bacteria en cualquier lugar público, dado que los portadores suelen trasportarla, sin saberlo, en la nariz o la garganta. Asimismo, está convencida que, de haber sido vacunado, «se podría haber evitado su fallecimiento». Por eso relata que se siente «fatal» cuando ve que Sanidad y la mayoría de las comunidades se niegan a incluir la meningitis B en el calendario de vacunación. «Me parece horrible que financien otros serogrupos cuando el B es de los más agresivos».