Los operarios allanan el asfalto que hirvió, estiran el nuevo tendido eléctrico y cambian los quitamiedos. En este tramo de la N-236, que une Castanheira de Pera y Figueiró dos Vinhos, ya no queda ningún coche carbonizado. Pero ninguna reparación podrá evitar que la historia la recuerde como la carretera de la muerte. Aquí encontraron su tumba 47 de las 65 personas que intentaban huir del incendio de Pedrógão Grande. Los operarios tampoco podrán hacer nada para arreglar el color del paisaje: un bosque gris de esqueletos de eucalipto.

El quinto día de fuego en Portugal, ayer miércoles, los bomberos estuvieron cerca por primera vez de vencer las llamas. También ayer terminó el duelo oficial de tres días decretado por el Gobierno luso y comenzaron los primeros entierros. Los diarios nacionales dedicaron muchas páginas a homenajear a las víctimas. En la portada del Correio da Manha aparecían las fotografías de todos los desaparecidos bajo un titular que no pretendía mantener ninguna distancia: «Mártires». Por encima de esta palabra, solo seis caras, todas de niños.

Recuperar la alegría costará casi tanto como cambiar la vegetación. «Psicológicamente está siendo muy duro», dice Sergio en el restaurante París, situado justo a la entrada de Figueiró, en el punto exacto en el que los agentes de la Guardia Nacional Republicana (GNR) cortaron la N-236 el pasado sábado por la tarde. Su cordón policial se convirtió en una línea simbólica -y trágica-, porque los que no la alcanzaron son también los que murieron intentando hacerlo. Sergio jugaba a fútbol con Gonçalo Conceiçao, el bombero voluntario de Castanheira que perdió la vida socorriendo a una familia atrapada en esta carretera.

El único bombeiro difunto era un hombre «muy fuerte». Por eso jugaba de centrocampista en el equipo de veteranos Os Jolas (los cerveceros). «Era un buen amigo, alguien que nunca decía que no», le piropea Sergio. La mayoría de los bomberos de la zona que ha quemado el fuego de Pedrógão son voluntarios. Gonçalo, padre de un niño de 10 años, trabajaba en un restaurante de Castanheira, que todavía sigue cerrado.

LA LÍNEA DE FIGUEIRÓ / La dueña del bar París posa el dedo sobre la página del periódico cada vez que reconoce la cara de una víctima. Lo hace con demasiada frecuencia. Su dedo se apoya ahora sobre la de Mário Carvalho, un empresario maderero que falleció junto a su sobrino. Mário no era de los que huían del incendio, todo lo contrario. «Se peleó con los policías porque decía que tenía que ir a buscar a su madre. Al final los convenció y le dejaron pasar», explica. Mário logró llegar hasta la casa de su madre y confirmar que se encontraba bien, pero no consiguió convencerla para que los acompañara de nuevo a Figueiró. Antes de regresar, quiso también acercarse a su aserradero «a guardar un camión». Entonces fue cuando lo atraparon las llamas, a él y a su sobrino.

Hubo tantas víctimas que se encontraron en la N-236 porque esta es la mejor carretera. Y todos creen que sin el humo, los que huían habrían llegado a Figueiró. Ese fue el problema, se veía tan poco que varios coches perdieron el control y colisionaron. Formaron embudos y las llamas los alcanzaron. Murieron intoxicados, o directamente abrasados. En cada vehículo viajaba una familia asustada de una aldea cercana. De Vila Facaia, de Sarzedas de Sao Pedro, de Sarzeada do Vasco, Nodeirinho, Pobrais… En esta última, el incendio se ha llevado a 11 de los 30 vecinos.

SUPERVIVIENTES / Eduardo Cunha, de 82 años, vive en Pobrais junto a la casa de un matrimonio fallecido, el que formaban Jaime y Fátima. «Su hijo vino a buscarlos y se los llevó, pero no llegaron muy lejos», explica con otro diario portugués extendido sobre la mesa, abierto por la página que informa del final que encontraron sus vecinos. Eduardo no quiso huir. «Esta casa la construí yo, sobre los cimientos de la vivienda en la que nació mi mujer», matiza para que se comprenda por qué marcharse no era una opción para él.

El sábado a las siete de la tarde sobre Nodeirinho estaba lloviendo fuego. «Fue tan horrible que nos entró el pánico», reconoce Marcos, que sí tomó la decisión de escapar. Subió al coche a su hermana Vera, a su abuela María Rosa y a su perro, un labrador que responde al nombre de Messi. Chocaron cuando solo habían recorrido unos 30 metros porque el humo era muy espeso y Marcos ni siquiera intuyó la primera curva. Al estrellarse, bajaron del vehículo y corrieron a refugiarse de nuevo a casa. «Si no hubiéramos tenido ese accidente, habría sido peor», razona ahora Marcos con una débil sonrisa.