Han pasado cuatro años pero el dolor todavía se siente en la mirada de Musa, 26 años, un migrante de Nigeria, que sobrevivió a la crisis del Tarajal. No lo logró su primo que murió ahogado, con quien viajó desde su país de origen hasta Marruecos. El joven sigue en el país magrebí batallando para transitar de clandestino a ciudadano. Tánger es su ciudad de residencia, la misma que le sigue maltratando porque su piel es negra y no está documentado.

Ahora, después de que la Audiencia de Cádiz haya ordenado reabrir por segunda vez la causa por la muerte de 15 migrantes el 6 de febrero del 2014 en la playa del Tarajal, Musa recuerda con claridad la «desviación», el nombre con que la comunidad migratoria denomina el espigón que separa el territorio marroquí de la ciudad española de Ceuta y donde aparecieron los 15 cadáveres de quienes intentaron llegar a nado a suelo español. El juez quiere escuchar el testimonio de dos supervivientes, que han sido localizados en Alemania.

Eran las seis de la mañana de una fría mañana de febrero, cuando un grupo de unas 300 personas se lanzaron en una carrera para sortear los controles policiales, cruzar el paso subterráneo de Tarajal y acceder directamente a la playa marroquí, donde se sitúa el espigón. Unas cien personas fueron neutralizadas por las fuerzas marroquíes pero el resto alcanzó el mar en un último intento de atravesar del tercer mundo hacia otro, desconocido, en donde las economías florecen, se respira un clima de paz social y las libertades son protegidas.

DISPAROS AL CUERPO / Al menos eso es lo que pasa por la cabeza de cada uno de los candidatos a la emigración clandestina. Sin embargo, lo que comenzó como una aventura arriesgada para aquellos que no sabían nadar, terminó en una de las mayores tragedias sucedidas en el campo migratorio. Musa relató que recibieron «disparos con balas de caucho» de la Guardia Civil. Las primeras balas fueron lanzadas al aire para disuadirles en su propósito y volvieran a las aguas marroquíes, sin embargo, los migrantes que entre las corrientes veían solo un camino, la playa de Ceuta, resistían en el mar. Fue en este momento cuando los agentes de la Guardia Civil «dispararon a los cuerpos que se encontraban en el agua», continuó Musa, en quien todavía retumba el sonido de estruendo de «pum pum pum», describió.

«Gritamos y gritamos, asustados. A mí me rozó una bala en la cabeza, pensaba que me ahogaba», siguió relatando el migrante que avanzó hacia la playa y una vez allí, con sangre en la cara, fue devuelto en caliente por los agentes españoles, junto a otros migrantes, por la verja que separa Ceuta de Marruecos.