Estados Unidos está más solo que nunca en sus posturas frente al cambio climático. Los recientes anuncios de Nicaragua y Siria para adherirse al Acuerdo del Clima de París han dejado a la superpotencia americana como el único país del mundo que ha dado la espalda al compromiso global para reducir las emisiones de gases contaminantes. Washington no solo está completamente aislado, sino que se ha convertido en una especie de quinta columna estrambótica y risible. En el único acto organizado por su pequeña delegación en la cumbre de Bonn, sus delegados se dedicaron a promover el carbón y el gas natural, lo que equivale, en palabras del exalcalde de Nueva York Michael Bloomberg a "promover el tabaco en una cumbre sobre el cáncer".

No es la primera vez que Washington se convierte en el principal obstáculo en la lucha contra el cambio climático. Ya sucedió durante la Administración Bush, que se negó a ratificar el Protocolo de Kioto. La diferencia es que hoy las urgencias son mucho más acusadas y también el consenso internacional sobre los peligros del calentamiento global. Hace solo dos semanas, el Gobierno estadounidense presentó la Evaluación Nacional sobre el Clima, un informe cuatrienal que arrojó conclusiones alarmantes. No solo confirmó que la actividad humana es casi el único factor para explicar el aumento de la temperatura global desde mediados del siglo pasado. También alertó de que las mareas podrían crecer hasta 2,4 metros de aquí al año 2100, y detalló las penosas consecuencias que ya está sufriendo EEUU por unos fenómenos meteorológicos que son cada día más extremos.

Esta vez la Administración de Donald Trump no trató de impedir la publicación del informe, a pesar de la larga lista de negacionistas climáticos que pueblan sus despachos, desde el propio presidente al secretario de Energía o el director de la Agencia de Protección Medioambiental (EPA). Lo que hizo fue restarle importancia y afirmar que no alterará los planes para desmantelar la ley de aire limpio, la principal iniciativa de Barack Obama para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. "¿Tendrá el informe algún impacto? No, ninguno. No afectará a la derogación (de la ley) ni a su reemplazo", aseguró el director de la EPA, Scott Pruitt.

Las recalcitrantes posiciones de la Casa Blanca han quedado también patentes esta semana en la conferencia del clima de Bonn, bautizada como COP23 y organizada por Naciones Unidas. EEUU ha enviado solo a 48 delegados, muy lejos de los 81 de China o los 161 de Canadá, y todos ellos con un perfil político muy bajo. Hasta el año 2020, Washington no podrá abandonar formalmente el Acuerdo de París, pero en la práctica ya ha renunciado a ejercer el liderazgo mundial que se arrogó durante el mandato de Obama. No se explica de otra manera que utilizara la cumbre para vender las virtudes de los combustibles fósiles y la energía nuclear, lo que generó las protestas de los asistentes. "Es ridículo. Los combustibles fósiles limpios no existen", dijo un delegado de las Islas Marshall, uno de los territorios más amenazados por la crecida del nivel del mar.

La gran coalición

Pero EEUU no solo es la Administración Trump. Muchos de sus estados, municipios, universidades y grandes empresas, representados en Bonn por Bloomberg, Al Gore o el gobernador de California, Jerry Brown, han creado un frente para resistir las políticas de la Casa Blanca y cumplir con los compromisos de París. Es decir, rebajar las emisiones en un 26% respecto a los niveles de 2005 durante los próximos siete años. Si fuera un país, esa coalición tendría la tercera economía del planeta, según sus promotores. "El público americano, representado por sus cargos electos, empresas y universidades, entiende que hay un problema y que debemos ayudar a resolverlo si queremos tener futuro en este planeta", dijo Bloomberg en Bonn.

El declive del carbón, el uso creciente del gas natural (menos contaminante) y el abaratamiento de las renovables han empujado a la baja las emisiones estadounidenses, que cayeron un 11.5% entre 2005 y 2015. Ahora falta ver si podrá mantenerse la trayectoria, una vez tomen cuerpo las políticas de Trump. La EPA estima que en 2018 las emisiones de dióxido de carbono volverán a aumentar, la primera vez que sucedería desde 2014, aunque lo atribuye a la previsión de un mayor número de días fríos.