Ya sé que no fue el primer hombre que pisó la Luna, pues todo el mundo sabe que fue el comandante Armstrong, el jefe del Apolo 11, el que lo hizo y el que quedó para la Historia con su famosa frase: «Un pequeño paso para un hombre y un gran salto para la humanidad»… pero es un honor que le concedo al hombre que, con enfado, nos confesó aquel día de 1988 que comimos con Etmundo Alfaro, el empresario que lo había traído a Madrid para rodar un anuncio de su grupo de empresas. Se llamaba, y se sigue llamando, porque aún vive, Edwin Aldrin, aunque todo el mundo lo llamaba Buzz. El pobre hombre se quejaba, y según él con razón, de la putada que le habían hecho los directivos de la NASA a última hora y sin saber por qué. «No, no fue justo, porque durante todos los entrenamientos y según todos los cálculos yo debía ser el primer hombre que pisara la Luna. Naturalmente la decisión de última hora me amargó el viaje… y nunca pude quitármelo de encima, pues bien sabía yo que quien se llevaría todos los honores sería el primero que pisase lo desconocido».

Antes de seguir quiero recordar, sin embargo, que no tuvo ni una palabra de crítica contra el comandante Armstrong. Aldrin, por lo que pude ver aquel día mientras se comía un cocido madrileño, eso sí, bebiendo agua, ya que según él mismo no tuvo reparos en confesar, todavía estaba bajo un tratamiento muy fuerte anti-alcoholismo, no era un hombre rencoroso.

«No se sorprendan porque sólo beba agua. Tengo totalmente prohibido tomar una copa de alcohol por mis médicos. Confieso que lo he pasado muy mal y todo por las consecuencias de la gran depresión que viví a los pocos meses de regresar de la Luna… y es que aquello fue muy duro para los tres. Encontrarte de golpe con el Universo rompió muchas cosas dentro de mí y cuando volví, sentí que este mundo ya no era mi mundo, y yo, que antes de subir a la nave tenía las ideas muy claras, empecé a dudar».

Entonces, mi amigo y empresario Etmundo (porque acabábamos de fundar y poner en marcha El Pueblo de Madrid, el primer periódico de la Autonomía madrileña), le preguntó:

--¿Dios?

--Pues, no lo sé querido amigo, pero desde que contemplé y vi lo que era el Universo me convencí de que tiene que haber algo más grande que tú y que yo y que todos nosotros. Tiene que haber un Creador de ese Universo, e incluso por encima de las religiones que nosotros mismos nos hemos creado para gobernar nuestras vidas. Es imposible que tanta grandeza, tanta belleza y tanto misterio pueda haber sido ni ideada por una mente humana… por eso no le debe extrañar a nadie que a nuestro regreso casi nos volviésemos locos. Era imposible no comparar las cosas de aquí con lo que habíamos visto allí. Al menos a mí todo se me quedó pequeño y pobre… Tal vez por eso algunos de los que fueron después crearon sus propias religiones. Ningún arquitecto puede crear algo tan maravilloso.

Bien, podría seguir recordando todo lo que aquel día se habló en el restaurante Rafa de la calle Narváez. Baste con decir que Buzz Aldrin me pareció un hombre sensato y muy inteligente, y además buen amigo de España. Tuvo palabras muy cariñosas para la estación de Fresnedillas de la sierra madrileña, por su gran trabajo de aquellos días de tanto impacto mundial (más de 600 millones de personas vieron en directo cómo aquellos dos hombres pisaban la Luna).

Y como recuerdo imborrable se me viene a la cabeza cómo vi, como vimos la redacción de Pueblo aquella noche madrugada del 20-21 de julio de 1969 la llegada a la Luna. Porque allí, con Emilio Romero sentado frente al televisor, estábamos, al menos que yo recuerde ahora, Raúl del Pozo, José María García, Yale, Miguel Ors, Álvaro Ruiz, Arturo Pérez Reverte, Dámaso Santos, Julio Camarero, Julia Navarro, Antonio Casado, Floro López Negrín, José Antonio Gurriarán, Calviño, Alfredo Marqueríe, Martínez Reverte, Alejo García, Pilar Narvión, Amilibia, el páter Aradillas, Carlos Castro, Cercadillo, Carmen Rigalt, Aguirre Bellver, Tico Medina, Verdugo, Juana Biarnés, Raúl Cancio, Molés, Carvajal, César Palomino, Vasco Cardoso, Asensi, Luis González, Gozalo, Martín Villacastín y muchos más que se me escapan de la memoria 50 años después.