En la clase de tercero de primaria de la escuela pública de Puig-Reig (Berguedà) se escucha un llanto desconsolado, Qué es eso?, pregunta una alumna. Tengo a un bebé llorando detrás, contesta Judith quien no está en el aula, sino a 80 kilómetros de distancia, en el Hospital Sant Joan de Déu, en Esplugues de Llobregat, donde sigue un largo tratamiento contra la leucemia. Una tableta, un ordenador, dos cámaras y el wifi hacen posible que Judith comparta la clase con sus compañeros como un alumno más pese a su larga enfermedad.

Aunque el Hospital Sant Joan de Déu cuenta con un servicio de profesores para ayudar a los niños ingresados y la Conselleria d'Educació también gestiona el envío de un maestro a domicilio cuando se necesita, el caso de Judith Pelfort es único. La pequeña está enamorada de los estudios, el colegio y sus compañeros. Su buena actitud , la complicidad de su madre y la de la tutora de la escuela han hecho realidad una escolarización virtual a través de internet.

La historia, que aún no ha concluido, comenzó hace año y medio. "Fue en julio del 2017 cuando estábamos en la piscina y vimos que Judith tenía un color diferente. Fuimos al hospital de Manresa. De allí la trasladaron a Sant Joan de Déu donde se quedó un mes. Tenía leucemia", explica Anna Torramorell, la madre de Judith, en el box del hospital de día donde este mes de diciembre aún le inyectan defensas durante 12 horas seguidas un día a la semana, el único que ahora no va físicamente al cole.

Leucemia de alto riesgo

Me dijeron que tenía una leucemia de alto riesgo y tuvimos que ir a vivir a Barcelona para seguir el tratamiento en el hospital. Iban a ser dos años, así que antes de empezar el colegio fui a ver a su tutora para explicárselo, añade Torramorell, que también es maestra, minutos antes de que Judith se conecte de nuevo a su clase con la tableta desde la cama del hospital de día.

Teresa Costa, la tutora de la pequeña el curso pasado, enseguida se puso manos a la obra. En el primer día de colegio hice un vídeo con el móvil en la clase y se lo envié a su madre para que lo viera Judith. Luego, pensé que si yo a menudo hablaba con mi hijo por Skype mientras estaba de Erasmus podía hacer algo parecido con la niña. Así que se lo comenté a un padre de la escuela que sabe de informática, cuenta Costa, entonces tutora de los alumnos de segundo de primaria.

El padre voluntario instaló dos cámaras. Una cenital que ofrece una panorámica de toda la clase y otra portátil que sirve para hacer planos cortos de los alumnos o la profesora. Esa segunda cámara, instalada en un trípode, también permite que la pequeña vea, por ejemplo, la pizarra o participe en un trabajo de grupo. Judith es una alumna muy aplicada y responsable. Si salíamos de excursión al Poble Espanyol, por ejemplo, nos llevábamos la tableta y conectábamos con ella vía wifi, añade la profesora, entusiasmada con el éxito de la iniciativa, que sido premiada por la Fundació Carulla.

Implicación de toda la escuela

En estos dos cursos toda la escuela se ha implicado. Fue algo que surgió de golpe. Recibimos la mala noticia de la enfermedad de Judith y tuvimos que darle respuesta. Todo ha funcionado muy bien porque la propia Judith era la que quería estar en el aula, cuenta Salvador Moles, director de la escuela. Además ha sido algo que ha dado prestigio al colegio en un momento en que se habla tanto de las escuelas inclusivas, apunta.

Los efectos colaterales positivos de la leucemia de Judith han sido muchos. Los niños y niñas han aprendido valores y han podido aprender cosas sobre el cáncer. Han visto a Judith con mascarilla cuando los médicos dejaban que viniera a vernos. También hemos colaborado en hacer candelas para venderlas y recaudar dinero para Sant Joan de Déu. Y hasta la otra escuela del pueblo se apuntó. Recogimos 6.000 euros en Puig-Reig para el hospital, explica emocionada y satisfecha Costa.

Ya son las 14.35. A la tableta de Judith, en su cama del hospital de día, llega la señal desde la clase del colegio. Después de la pausa para comer y el patio, la profesora saluda a los alumnos y por supuesto a Judith, que escucha perfectamente a su compañeros con los cascos. Y ellos también la ven y oyen a ella. Empiezan dos clases de tres cuartos de hora, como cada día por la tarde. Cuando no se atasca el wifi es muy guay porque participo en todo, cuenta la pequeña, quien incluso levanta la mano si tiene que intervenir. Su profesora ve todos sus gestos en otra pantalla en el aula de los Cuiners, la clase de tercero que comparten 25 niños y niñas.

Hasta disfrazarse a distancia

Mi hija ha podido hacer de todo. Incluso en una ocasión se disfrazó y participó en una obra de teatro con la cámara. También ha podido participar en ejercicios de lectura como si estuviera físicamente en clase, detalla Torremorell, la madre. No sé que hubiera hecho Judith todo el día si no fuera por las clases. Hasta yo he tenido tiempo para hacer otras cosas mientras ella estaba virtualmente en el aula, dice satisfecha.

Ahora la pequeña y su familia ya viven de nuevo en Puig-Reig, y la pequeña ha vuelto a clase cuatro de los cinco días de la semana lectiva (el quinto día lo pasa en el hospital). Atrás quedan los días en que la niña iba con mascarilla a ver a sus compañeros en el patio (no podía entrar en el aula para no infectarse). La pequeña, que no ha dejado de ir a clase ya sea física o virtualmente, ya planea su futuro: Me gustaría ser maestra, o diseñadora de moda o escritora de cuentos, afirma. Lo tiene claro y solo tiene 8 años. Y muchas ganas.