Ha muerto Gira, la elefanta venezolana del zoo de Bararida, si no de hambre, sí de muy mal comer, como Ruperta hace un año en el mismo país, otro paquidermo icónico y desgraciado, al que se llevó por delante una imprudente dieta a base solo de calabaza, un laxante natural de aúpa. De la situación en los zoos venezolanos se habla poco, es lógico, las personas, primero; pero los elefantes son la punta de un iceberg. Bajo la línea de flotación se esconden sacrificios furtivos de animales por vecinos y trabajadores para llenar la nevera y hasta casos de santería.

Este relato no contiene nombres y apellidos por expresa petición de las fuentes informantes, en su mayor parte biólogos, veterinarios y empleados de la red de parques zoológicos de Venezuela. No están para ser gacelas de una cacería represora. A todos ellos, gracias de antemano. Llega, además, con retraso. Gira, la última elefanta en morir, tras nueve días de sospechoso ayuno, resopló por su trompa por última vez el pasado 28 de febrero, pero desde entonces los cortes en el suministro eléctrico en el país dificultaron las comunicaciones.

Una de las fuentes invitó a no creer todo cuanto se cuenta en la prensa venezolana, como que en el país se comen hasta los jaguares, pero reconoció que recientemente apareció en una calle la cabeza aún tierna de un ejemplar de esta especie. Solo la cabeza. ¿Nevera o rituales? «Desde que empezaron a llegar cubanos a Venezuela, se disparó la santería», dice una fuente. Es más, recuerda que mientras trabajó en un zoológico del país venía a menudo al parque gente extraña en busca de colmillos, pelo o incluso tarros de orina de grandes felinos con propósitos mágicos.

Las víctimas de la situación son de una gran variedad de especies. En Zulia, dio pena por la mañana descubrir un tapir fileteado dentro de su jaula. Los animales de granja, claro, fueron de los primeros en caer: cerdos vietnamitas, cabras, gallinas… Después, cualquier herbívoro pasó potencialmente a ser apto como menú de los carnívoros. Vamos, el pandemonio en el arca de Noé. El problema, dice una de las fuentes, viene de lejos. Hace años que el chavismo ha puesto al frente de los zoos a funcionarios arribistas pésimamente cualificados. O sea, que a la escasez general hay que sumar en el caso de los zoos una negligente gestión de los parques, que se mide por el número de costillas que se les pueden contar a los mamíferos.

PERLA, LA ELEFANTA NAZI / Pero los elefantes, a saber por qué, son un caso especial. En Barcelona se recuerda por su simbolismo el caso de Julia, la elefanta que en 1915 el sultán en el exilio Muley Hafid regaló a la ciudad en agradecimiento por la vida de despiporre que encontró aquí, lejos de su Marruecos natal. Él se instaló en un casoplón del paseo de la Bonanova, y Julia, en el parque de la Ciutadella, donde murió en 1938, según el bando republicano como una valiente miliciana, víctima de los bombardeos, y según la versión más aceptada, de hambre. Como Gira o Ruperta.

La trayectoria de su sucesora en el trono, Perla, fue representativa de cómo los elefantes son un termómetro de la historia. Le pilló la segunda guerra mundial en Hamburgo. En 1944, cuando el alto mando nazi se buscaba ya una segunda vida en América, a Perla le buscaron un nuevo hogar en Barcelona. El franquismo y el nazismo unidos por una trompa, menudo historión.

Gira y Ruperta se merecen formar parte de las crónicas elefantinas, un relato con 2.800 años de antigüedad. Los primeros elefantes cautivos de los que se tiene constancia fueron propiedad del rey asirio Asurnasirpal II. Alejandro Magno los introdujo en la cultura occidental, pero Roma solo supo de ellos cuando se enfrentó a la tropas de Pirro, en el siglo II antes de Cristo. Aunque como arma de guerra un elefante dejaba mucho que desear, para los romanos aquella colosal bestia era estupenda para su circo. Enfrentaban en la arena a elefantes contra toros. Nerón creía que un buen espectáculo de circo no merecía ese calificativo si no terminaba con una lucha entre un gladiador y un elefante.

El cristianismo arrasó tanto con la cultura clásica que los elefantes, en los inicios de la alta edad media, pasaron a ser una bestia legendaria como un basilisco, hasta que a Carlomagno le regaló uno el califa de Bagdad. Eso fue en el año 797. Comenzó una era en la que el elefante era un obsequio para las grandes ocasiones. Enrique III recibió uno de parte del rey de Francia. El papa León X tuvo el suyo como detalle del rey de Portugal.

El primer elefante llegó a América en 1796. Fue el inicio de una dinastía a menudo desgraciada. Ahí está Topsy, la elefanta que Thomas Edison electrocutó para demostrar que la corriente continua era insuperable como método de ejecución. Pero el elefante más famoso de todos los tiempos fue Jumbo (1860-1885), sobre cuyas espaldas se montaron niños que un día domarían el mundo, como Winston Churchill y Theodore Roosevelt. El paquidermo murió atropellado por un tren en Ontario. No fue un final honorable. Tampoco el de Ruperta y el Gira, esta última, según el parte médico, por una bronconeumonía abscedada bilateral y hemorragia cardíaca. Ambas estaban muy flacuchas. No consta que terminaran, como se sugiere a veces de Julia, en un puchero.