Con José María Íñigo, periodista de larga trayectoria profesional fallecido ayer, España transitó del blanco y negro al color en España, también en el sentido metafórico, pues instauró en televisión un modelo de charla y espectáculo que llenó un país monocromático de jóvenes promesas y estrellas de la música. Su muerte, ocurrida a los 75 años por culpa de una enfermedad que llevó con la discreción que le caracterizaba, llega tras 7 años en los que este cronista, locutor, escritor y presentador de carismático bigote y ojos líquidos se convirtió en voz de Eurovisión para RTVE, trasladando al (a menudo loco) festival su dominio de los tiempos, su ecuanimidad, su saber hacer y su saber a secas.

En un momento en el que la pequeña pantalla nacional adolece de espacios propiamente musicales por esa premisa impuesta de que «con la música la gente cambia de canal, la figura de Íñigo recordaba otros tiempos en los que las buenas canciones y la conversación con sus responsables concentraban las miradas en horario de máxima audiencia.

Nacido en Bilbao, donde dio sus primeros pasos profesionales en prensa, amplió su formación después en medios de Reino Unido, entre ellos la BBC, y a su retorno a España aplicó la fórmula británica de las listas de éxitos en su exitosa etapa en la emisora Los 40 Principales y en programas míticos como El gran musical.

Esa experiencia con la palabra hablada y escrita supo trasladarla después a la imagen. Así llegaron el programa musical Último grito, fruto de una llamada del director de cine Pedro Olea, y también Ritmo 70, con realización de Pilar Miró, así como Estudio Abierto o Esta Noche... Fiesta, entre otros.

Allí perdió su famoso pendiente Lola Flores y se produjo el no menos comentado debut de Miguel Bosé en 1977 mientras las cámaras recogían la reacción de sus no menos famosos padres, Lucía Bosé y Luis Miguel Dominguín. Bajo el abrigo de Íñigo hablaron y cantaron todos, sin prejuicios de estilo: figuras inmortales heredadas del viejo orden como Paca Rico, de la canción melódica como Nino Bravo y Camilo Sesto o infantiles como Enrique y Ana. También tonadilleras emergentes como Rocío Jurado o Isabel Pantoja, jóvenes valores del tecnopop y la Movida como Alaska y Dinarama, Vídeo y Tino Casal o revolucionarios del folk como Jarcha, sin olvidar flamencos como Pepe de Lucía.

«Me presenté ante él y le dije: ‘José María, yo quiero cantar’, y me ofreció los minutos finales de su programa; a partir de ahí empezaron a llamarme», recordaba Ángela Carrasco sobre su primera oportunidad como intérprete musical, antes de convertirse en la más célebre María Magdalena de Jesucristo Superstar.

Íñigo condujo y dirigió Estudio Abierto en TVE en dos largas tandas, de 1969 a 1975 y de 1982 a 1985. Cuando en mayo de ese año se le comunicó que el programa no continuaría a partir del siguiente mes, casualmente tras una entrevista en la que salieron a relucir «los fondos reservados» de la etapa socialista, anunció que dejaba de presentarlo ese mismo día. En esa y en varias ocasiones más demostró este vasco que no le faltaban ni temperamento ni coherencia para defender sus ideas, aunque eso le costara varias idas y venidas de TVE, la casa donde desarrolló gran parte de su carrera.

Poco dado a hablar de sus cosas, quienes lo conocían dicen también que se relajaba ante una buena mesa y una mejor comida y que, a pesar de ese carácter aparentemente hosco, «si como profesional era grande, como ser humano lo era aún más».

Nunca dejó de lado su faceta como cronista de la canción, especialmente de los años comprendidos entre los 60 y los 80, los que vivió como protagonista directo y, ya fuese en alianza con su compañero José Ramón Pardo o en solitario, publicó varios libros (como Gran enciclopedia de la música pop) y discos recopilatorios que ensalzaban esa época en la que la música aún congelaba los corazones y los mandos a distancia. Todos su conocidos y compañeros sin excepción lamentaron ayer su fallecimiento.