En el año 2011, el marroquí Outhman Beda, que tenía 16 años, salió en Fuengirola (Málaga) con una sonrisa de oreja a oreja de los bajos de un autobús que había partido siete horas atrás de la ciudad marroquí de Tánger. Actualmente, está a un paso de convertirse en universitario.

Han pasado ocho años en los que Beda, según explica en una entrevista con Efe, ha conseguido superarse y conocerse a sí mismo para tener claro lo que quiere para sí, después de llegar a España como Menor Extranjero No Acompañado (mena) porque creía que no iba a tener un buen futuro en Marruecos. «Perdí la esperanza en mi país con varios problemas en mi casa, en la sociedad donde vivía y en mi barrio. No llevaba un estilo de vida muy bueno. Me preocupé muchísimo por mi futuro y tomé la decisión migratoria: cruzar la frontera y venir aquí. Era un niño rebelde, no sabía lo que hacía, iba a un sitio que desconocía», relata.

«No aguantaba más»

Dejó atrás a su familia y, tras seis meses intentando montarse en los bajos de un autobús que fuese a Europa - «Tuve suerte: hay gente que está años», asegura-, logró colarse en uno, en el que pasó las siguientes siete horas y del que salió bañado en grasa. «Bajé en Fuengirola porque ya no podía aguantarme más, aunque hay personas que aguantan hasta Barcelona o Madrid. Yo dije: ‘Antes que terminar muerto, porque puede que me caiga o lo que sea, ya estoy aquí’», rememora Outhman Beda.

Nada más se bajó en la provincia de Málaga, fue detenido y trasladado al centro de para menores extranjeros en Torremolinos y de ahí, tras una pelea, a un centro de internamiento en Jaén. Allí aprendió el idioma, estudió primero de Bachillerato y, sobre todo, hizo un curso de mediación que le cambió la vida: «Me encantó conocer a gente dedicándose al mundo social. Empezamos a dar charlas por centros de protección y de reforma. Me di cuenta de que ahí estaba mi vocación, me prestaban más atención y a mí me llenaba hacerlo».

Salió con 21 años del centro y decidió probar suerte en Málaga, donde pasó varios días en la calle, un mes en un residencia para personas sin hogar -»no es un buen sitio para alguien que está bien», dice- y logró acceder a un subsidio para quedarse en una habitación de alquiler durante un año. «Me puse en contacto con Málaga Acoge y fue un apoyo enorme. Fue idea de ellos continuar el Bachillerato», indica Beda, que ha superado la Selectividad y se convertirá en el primer universitario que ha sido tutelado por esta asociación en cuanto sepa si le aceptan en el grado de Educación Social en Málaga, Granada o Jaén.

Tras todo lo que ha pasado, visualiza qué quiere hacer en el futuro: «Me gustaría trabajar con menores infractores. La formación es muy importante, pero si además tienes la experiencia vivida personal, llegas a los chavales y te hacen más caso. Puedes guiarlos, como un hermano mayor». Outhman, que ha pasado una odisea de mena a universitario, cree que «antes de juzgar, hay que conocer» y defiende «dar una oportunidad» a los menores inmigrantes: «Necesitamos jóvenes. Hay que invertir en los que vienen, formarles, ayudarles si tienen problemas de integración. En un futuro, van a ser otros ciudadanos que apoyen al país».