Marcela Gracia, de 34 años, y Mario Sánchez, de 31, se casaron el 8 de junio de 1901 en la parroquia de San Jorge (La Coruña). El sacerdote Víctor Cortiella ofreció la misa, les dio la comunión y los unió como marido y mujer. Marcela llevaba un vestido oscuro, estaba cubierta con una mantilla y apretaba contra su pecho un ramo de flores de azahar. Mario lucía un traje de buena factura, sortijas y una cadena de oro. El fotógrafo francés José Sellier inmortalizó a la pareja gallega, que brindaron con jerez y ofrecieron una comida a unos pocos invitados, entre los cuales no había ningún familiar. Hasta aquí, una boda al uso. Pero había algo que la hizo diferente. Mario no era un hombre sino una mujer. Se llamaba Elisa y se disfrazó de varón para conseguir un sueño: casarse con su idolatrada Marcela.

El matrimonio civil homosexual es hoy una realidad cotidiana (la ley se aprobó en 2005 bajo el mandato de José Luis Rodríguez Zapatero). Pero en 1901 que dos personas del mismo sexo se casaran -por la Iglesia- era una aberración, una herejía que merecía la cárcel. Nadie lo había hecho antes (al menos, que se sepa). Bautizadas por la prensa como «el matrimonio sin hombre», Elisa y Marcela no se resignaron a vivir su amor en secreto y urdieron una compleja trama para burlar los prejuicios morales, religiosos y judiciales. Su apasionante historia será llevada al cine por Isabel Coixet, ganadora de los últimos Goya con 'La librería'. El guion estará basado en el ensayo 'Elisa y Marcela, más allá de los hombres', publicado en 2010 por el catedrático gallego Narciso Gabriel.

Tierra de por medio

Elisa y Marcela se conocieron en 1885 en un escuela (ambas se habían formado para ser maestras). Marcela llegaba cada día a casa hablando maravillas de su «buena y simpática amiga». A sus padres no les hacía ni pizca de gracia esta amistad y enviaron a Marcela cuatro meses a Madrid. La maestra sufrió «un violento acceso nervioso», según recoge el libro de Narciso de Gabriel, cuya principal fuente de información fue la prensa de la época. Elisa se presentó en casa de Marcela, pero los padres le impidieron verla.

La distancia no frenó su relación. Una vez de regreso a Galicia, Marcela y Elisa optaron por vivir juntas en el pueblo de Dumbría. La convivencia entre dos maestras solteras no resultaba sorprendente ni sospechosa hasta que los vecinos empezaron a escuchar «peleas continuas». La pareja seguía igual de enamorada, pero habían empezado a urdir un plan.

Un primo "muy parecido"

En la primavera de 1901, Elisa contó a los vecinos que abandonaba Galicia (y, por consiguiente, a su amiga) para emprender rumbo a La Habana. Marcela, por su parte, explicó que en breve se iba a casar con un pariente de Elisa, un tal Mario. «No he visto cosa más parecida a Elisa. Es de su misma estatura y tiene la misma voz. Si no se tratara de un hombre parecería que es Elisa», explicó en el vecindario.

Elisa -que, efectivamente, tenía carácter brusco y aspecto viril- no se marchó a La Habana sino a La Coruña, donde inició su proceso de transformación: se cortó el pelo, se compró ropa masculina, empezó a fumar y se bautizó como Mario Un día, acudió -vestido de hombre- a la casa de su futura suegra, que sospechó nada más verle. «No sé quién es usted, váyase. De mi hija no necesito saber nada», le soltó.

«Que salga el marimacho»

Al iniciar su vida de casados, los vecinos empezaron a sospechar. Las llamaron herejes y rodearon su casa tocando cencerros. «Que salga el marimacho», gritaban. Mario huyó por una puerta trasera y Marcela se quedó sola y desconsolada.

Cuando el sacerdote que las casó asumió lo que había hecho no se lo pedía creer y buscó a Mario para interrogarle. Asustado y presionado, Mario se inventó otra historia y le explicó que un médico extranjero le había diagnosticado que era hermafrodita.

El revuelo organizado alrededor de la pareja hizo que la prensa empezara a husmear. La Voz de Galicia acuñó el titular: «Un matrimonio sin hombre». Elisa y Marcela empezaron a cobrar una enorme celebridad. Asustadas, decidieron poner rumbo a Portugal, donde comenzaron una nueva vida como hombre y mujer. Pero un juzgado coruñés decidió procesarlas y ordenar su búsqueda y captura. Dos policías portugueses entraron en la pensión en la que vivían y Mario terminó por confesar la verdad: era una mujer y se llamaba Elisa.

A la cárcel

La pareja ingresó en la prisión de Oporto. En los interrogatorios, Marcela aseguró que se había casado convencida de que su pareja era hermafrodita. Elisa explicó que el motivo de la boda fue librar a Marcela de un pretendiente acosador.

La prensa portuguesa empezó una campaña a favor de la pareja y los españoles residentes en Oporto solicitaron clemencia. Finalmente, en 1902 Elisa y Marcela fueron juzgadas y absueltas en Portugal. Nadie nunca las entregó a las autoridades españolas, que pidieron su extradición. Ambas escribieron un nuevo capítulo de sus vidas emigrando a Buenos Aires. No viajaron solas. Las acompañaba un bebé, la hija de Marcela. ¿Quien era el padre? Nadie lo supo nunca.