Los antibióticos tienen algo en común con las vacunas: el uso personal que un ciudadano haga (o no) de los mismos tendrá un impacto en la salud global de toda la población. Cuando los padres deciden no vacunar a sus hijos, están amenazando la «inmunidad de grupo», que es la protección de una población ante una infección debido a que la mayoría de los individuos son inmunes. Mensaje: lo que usted hace, repercute en la comunidad, y si sus hijos no se contagian de enfermedades, pese a no estar vacunados, es porque esa inmunidad de grupo los protege, no porque no exista un peligro real.

Con los antibióticos sucede algo similar. Tienen, en palabras de José Miguel Cisneros, el presidente de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica (Seimc), un «efecto ecológico»: al exponer a las bacterias a estos fármacos, se desarrolla la resistencia de las mismas. Luego estas bacterias que resisten a los antibióticos son traspasadas a familiares y amigos a través de algo tan sencillo como, por ejemplo, un apretón de manos.

«Usted tiene una responsabilidad social cuando sigue mal un tratamiento antibiótico. No podemos usarlo mal porque el impacto que tiene trasciende al paciente y llega a toda la sociedad. Es por eso que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha señalado ahora por segunda vez -la primera fue en el 2014- las resistencias antibióticas como una de las mayores amenazas para la salud pública mundial», afirma tajante el presidente de la Seimc.

La OMS afirmó a finales del pasado abril que, si no se toman medidas, las enfermedades farmacorresistentes pueden llegar a causar 10 millones de defunciones anuales en el 2050 y ocasionar perjuicios económicos tan graves como los derivados de la última crisis financiera global. Para el 2030, la resistencia a los antimicrobianos puede sumir en la pobreza extrema a hasta 24 millones de personas en todo el mundo.

La resistencia bacteriana a los antibióticos se produce, entre otras cosas, cuando el paciente no respeta las dosis de antibióticos que le prescribe el médico. Por ejemplo, cuando alarga el tratamiento o lo abandona antes de tiempo. Algo que, además de impedir que se cure, aumenta los riesgos de toxicidad directa, es decir, los efectos secundarios como diarreas, vómitos, hepatitis y reacciones cutáneas graves.

«NO SON INOCUOS» / «Los antibióticos son la primera causa de consulta a urgencias de un hospital por efectos secundarios de un medicamento. La gente piensa que son inocuos, y no es así. Son maravillosos porque han salvado más millones de vidas que ningún otro fármaco, pero no inocuos», afirma Cisneros. Así, cuanta menor presión antibiótica, menor desarrollo de bacterias multirresistentes y, cuanto mejor cumplimiento de las normas higiénicas (incluida la de las manos), menos diseminación de las bacterias multirresistentes generadas.

Cisneros señala el último Eurobarómetro para alertar de que la población española tiene pocos conocimientos sobre los antibióticos. «Esto explica que la ciudadanía haga un uso inadecuado de los mismos, indicándoselo a amigos y conocidos, o directamente automedicándose. Y luego no cumpliendo las recomendaciones del médico».

Este experto llama también a la «autocrítica» del sector, asegurando que los médicos españoles han prescrito más antibióticos de los que tocaba, muchos más que otros países. ¿Por qué? Por un lado, por esa «falta de especialidad» en enfermedades infecciosas de la que carece España. Por otro, porque el gran «incremento» de conocimientos sobre enfermedades infecciosas, los avances farmacológicos y, también, la aparición de nuevas enfermedades han hecho que el tiempo que los médicos dedican a la «formación continuada» sea «insuficiente» y «no proporcional» al nuevo saber. Y tampoco se olvida de los farmacéuticos: «Aunque es ilegal, han dispensando antibióticos sin receta médica, si bien esto ya no sucede. Es una buena noticia», concluye.