María Luisa, de 83 años, lleva toda la vida dedicada a su hijo ciego, sordo, mudo, con falta de movilidad y con discapacidad mental. Absolutamente dependiente de ella.

Hace dos años y medio, María Luisa no pudo más. Se veía sin fuerzas, agotada y sobre todo atormentada por tener que dejar esa carga cuando ella faltara a sus otros hijos, uno de ellos también discapacitado. Así que cogió 16 blísteres de pastillas, de distintos medicamentos, las trituró con una batidora, las mezcló con agua y repartió el contenido en dos vasos: uno para su hijo y otro para ella.

El hijo falleció al día siguiente, pero el destino quiso que María Luisa sobreviviese.